La castidad es posible. Beato Fernando Saperas, martirizado el 13 de agosto

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Por José María Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático,  socio de CiViCa. Publicado en Exaudi Catholic News, el 13 de agosto de 2021 (en portada retrato del beato Fernando Saperas castidad © Parroquia San Martín de Porres).

La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal. Dios pide la castidad. La pide a todos, en todos los estados de vida. Y, Dios no pide ningún imposible. Luego, se puede y se debe vivir castamente. Es una virtud; debe, pues, vivirse. El valiente Hermano claretiano catalán Fernando Saperas Aluja (Tarragona 1905; Tárrega 1936) es un elocuente ejemplo de que se puede ser casto incluso durante las peores embestidas.

Fue detenido por la mera sospecha de ser religioso. Se intentó averiguar si lo era. Él y ellos sabían que si se descubría que era tal, sería asesinado. Le hablaron de manera inconveniente de mujeres, intentaron hacerle blasfemar. Protestó: ¡soy religioso y jamás blasfemaré! Decir esto, conllevaba morir. Prefiere morir a ofender a Dios con una blasfemia. Se disponen entonces a matarle, y a destruir sus restos, quemándolos. Pero, finalmente, porque la gente oiría las descargas, aplazaron algo su asesinato.

Con gran malicia, en lo sexual, le dijeron: ¿No has ido nunca a una…? Respondió: matadme si queréis, pero no me habléis de esas cosas. Prefiere muerte cruel a oír hablar de cosas impuras.

Le quitan los vestidos y uno de ellos se le echa encima como el toro a la vaca. El Hermano se opone totalmente a acto tan indigno. ¡Matadme si queréis, matadme, pero no me hagas eso! Prefiere la muerte al pecado impuro  con un varón.

Le dijeron que le llevarían a prostíbulos y que salvaría su vida si allí consentía en impureza. Respondió: que le matasen, si querían, pero que él no haría nada de eso. Prefiere que le maten a un pecado impuro con una mujer.

Le llevan a 4 ó 5 prostíbulos. Fueron 15 horas de violentas provocaciones sexuales. Ahí, quedó como había venido al mundo. Ellas, igual, se le echaron encima con un fuerte contacto físico. Todo esto ocurría a la vista de la gente. Lo provocaron continuamente con todo lo contrario a la castidad. El joven Hermano se santiguaba. Oraba fervorosamente, pidiendo mantenerse casto. Su naturaleza no se inmutó, se suspendieron las leyes fisiológicas ordinarias en el hombre. Conservó la modestia, el pudor, la santa pureza, la castidad. Valientemente exclamaba: ¡Virgen soy y virgen moriré! ¡Matadme si queréis, pero no me forcéis a pecar! ¡Eso jamás! Al decirle que no era hombre, dijo ser tan hombre como ellos, pero que no le daba la gana pecar. Decía también: soy religioso y prefiero cumplir mi deber; no os canséis. Lo que profeso no me permite hacer estas cosas y no las haré… Matadme si queréis, pero no me forcéis a pecar. No, eso jamás. Soportó las acometidas con paciencia, resignación, dolorosas lágrimas de fortaleza. Ellas llegaron incluso a enfrentarse con los que lo habían detenido, diciendo que si él no quería, que lo dejaran, que no lo atormentaran así. Un espectador de los hechos, ¡enloqueció! Finalmente, ellas lloraron y echaron a aquellos peligrosos hombres armados. En definitiva, el cielo venció, el fuego destructor del pecado no pudo vencer la hermosura de la pulcra nieve de la castidad del joven.

Fuera ya de aquella casa, lo golpearon y blasfemaron. Encontrando un control se habló de arrancarle el órgano viril. Lo fusilaron a las puertas del cementerio de Tárrega. Por tres veces dijo: ¡Perdónales, Señor, pues no saben lo que hacen! También: Os perdono, sí, os perdono. Ellos, dijeron: ¡Apunten! Él, gritó: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la religión! El jefe del Comité revolucionario de Cervera le dio el tiro de gracia. Tardó en morir, fue desangrándose. En sus momentos finales, musitaba: ¡Madre! ¡Madre mía! Fue mártir de la castidad durante el caluroso agosto; tenía 30 años. Momento éste en que es más ardua y meritoria la victoria sobre estas pasiones. Sus restos están en su altar del templo parroquial de Tárrega (España). Es un modelo e intercesor en la virtud de la castidad.

En definitiva, todos podemos, y debemos, tener la dignidad de vivir la virtud de la castidad.