Las relaciones sexuales antes del matrimonio

Pasar a otra dimensión: no es dejar de vivir
06/11/2013
El matrimonio natural
06/11/2013

Por Yago Fernández, enviado por Fernando Fernández, miembro de CiViCa y responsable de AEDOS (Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la  Iglesia)

Una mañana me tomaba un café (y una gigantesca y deliciosa palmera de chocolate) con dos amigas en la cafetería de la universidad.

Una de mis amigas me enseñó un texto que había escrito en un momento de inspiración. El texto trataba sobre cómo deberían tratar los chicos a las chicas en la primera cita. El tema está más que visto, pero las líneas que mi amiga había escrito lograron que me partiera de risa.

Por Yago Fernández, enviado por Fernando Fernández, miembro de CiViCa y responsable de AEDOS (Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la  Iglesia)

Una mañana me tomaba un café (y una gigantesca y deliciosa palmera de chocolate) con dos amigas en la cafetería de la universidad.

Una de mis amigas me enseñó un texto que había escrito en un momento de inspiración. El texto trataba sobre cómo deberían tratar los chicos a las chicas en la primera cita. El tema está más que visto, pero las líneas que mi amiga había escrito lograron que me partiera de risa.

A todo esto, nos pusimos a hablar sobre el noviazgo. Inevitablemente, acabo saliendo el tema de las relaciones sexuales antes del matrimonio.

Éste es un tema que no sé muy bien cómo enfocar cuando lo hablo con alguien que no comparte mi fe cristiana. Desde siempre he tenido la impresión de que la abstinencia hasta el matrimonio sólo puede entenderse desde la fe; para alguien que no cree sería absurdo ese ejercicio de continencia (¿por qué iba a hacerlo?).

Como era de esperar, cuando el tema salió en la conversación no supe muy bien qué decir, pues ninguna de mis dos amigas es católica (o al menos eso tengo yo entendido). Y claro, me puse a darle vueltas al tema. Fruto de esa reflexión son estas líneas:

Un defecto muy típico entre los que somos cristianos es no saber muy bien en qué consiste nuestra fe. Muchas veces me he topado con cristianos que dicen defender posturas o ideas en sí mismas muy nobles (la inhumanidad del aborto, por ejemplo) pero que, en realidad, no comprenden en absoluto.

La abstinencia sexual antes del matrimonio es uno de esos asuntos que muchos cristianos no acaban de entender muy bien. Y claro, cuando les toca explicar a otro por qué creen que hasta el matrimonio no debe haber sexo, no saben dar buenas razones que demuestren la veracidad de su postura.

¿Por qué es bueno esperar al matrimonio para tener relaciones sexuales?

En primer lugar, por amor, por la dimensión unitiva del acto sexual.

Veámoslo: el acto sexual es darse por completo al otro, entregar al otro tu más completa intimidad. Y no hay cosa mayor que podamos dar a otro que nuestra propia intimidad.

Por tanto, el acto sexual es darse por entero al otro, entregarse por completo a otra persona. Eso, precisamente, es el amor: "morir" a uno mismo y vivir para el otro. El acto sexual es un acto de amor, es la expresión de una entrega total.

Todo amor busca ser correspondido: es obvio que la persona a la que decida entregarme en lo más íntimo ha de ser una persona importante -la más importante- en mi vida, una persona que también esté dispuesta a una entrega total.

La propia experiencia humana demuestra que todo amor busca ser correspondido. Es muy duro darse cuenta de que la persona a la que quieres no te corresponde; es un sentimiento que todos hemos experimentado alguna vez. Está claro, pues, que el amor siempre -siempre; si no, no es amor- busca ser correspondido.

El acto sexual es un acto de entrega total -de amor- entre dos personas. Por decirlo de una forma muy gráfica: tan grande es la entrega del uno al otro que ambos pasan a ser uno solo en el acto sexual.

Por tanto, el acto sexual ha de ser el culmen de una relación previa -el noviazgo, el enamoramiento- que permita a los novios dilucidar si están dispuestos a ese acto total de entrega respecto del otro. Sólo en el momento en el que cada uno de ellos tiene claro que quiere entregarse al otro por entero tiene sentido el acto sexual, como manifestación física de esa entrega. Y ese momento en el que decido darme por completo al otro no es otro sino el matrimonio: "en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza". Eso es el amor: entregarse al otro pase lo que pase porque ya no soy yo solo; de alguna forma, paso a formar parte del otro. Ambos somos "una sola carne".

Y ojo, muy importante: esto no vale únicamente para los cristianos. El amor es universal, en el sentido de que todo hombre es capaz de amar. Por eso, el matrimonio, además de un sacramento cristiano, es una institución humana, acorde a la naturaleza del hombre. Porque el amor forma parte de la esencia del hombre, es su mayor diferencia respecto del resto de seres vivos. Y ese amor tiene siempre sed de plenitud y sed de ser correspondido (nadie busca ser querido a medias o sólo un rato). En eso consiste el matrimonio: una unión total y permanente -para siempre- de los cónyuges, cuya principal manifestación es, precisamente, el acto sexual.

Alguno podría objetar: oye, ¿y si ya sé que me voy a casar con mi novio o novia? Por ejemplo, dos novios que tienen relaciones sexuales un día antes de la boda. ¿Por qué no iban a hacerlo?

En primer lugar, es bastante absurdo pensar en un caso como éste: si dos novios no han mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio es bastante improbable que vayan a hacerlo justo el día antes. Si hay sexo antes del matrimonio, lo lógico es pensar que lo hay desde hace bastante tiempo.

En cualquier caso, el matrimonio (dejando al margen el sacramento cristiano) es una declaración formal de amor a otra persona. Y esa declaración, por su propia naturaleza, ha de ser pública: manifiesto ante todo el mundo que deseo pasar el resto de mi vida con otra persona. Así, no cabe duda de que mi amor es de veras sincero, total; para demostrarlo, pongo por testigo al resto de mis conciudadanos, representados en el acto matrimonial por un funcionario público (el Alcalde, por ejemplo).

Hemos de mencionar otro punto de enorme importancia: en la concepción del acto sexual como acto de entrega absoluta juega un papel fundamental la mujer.

Todos tenemos muy claro que hombres y mujeres tienen distintas formas de amar: mientras que el hombre es más primario (estoy seguro de que cuando una mujer lea esto asentirá satisfecha), la mujer valora mucho más el compromiso. Captan mucho más rápido, casi por intuición, esa faceta del amor. En ellas, en cambio, el factor sexual es menos importante.

La mujer, por tanto, es la que mejor comprende el compromiso que subyace a todo acto sexual; es la que mejor entiende el acto sexual como acto de entrega total. Así, puede decirse que la mujer tiene la llave para comprender la sexualidad humana.

No somos conscientes del gran daño que ha supuesto para la humanidad la "liberación" de la mujer (de liberación tiene poco o, más bien, nada). En efecto, ahora la mujer se ha convertido en mero objeto sexual. Basta con fijarse en la forma de vestir de muchas chicas, con todo al aire.

Aquí alguno podrá escandalizarse. ¡Libertad! -me dirán- ¡deja que las chicas vistan como quieran! Desde luego, no seré yo quien fuerce la libertad de nadie. Pero es un hecho que esa forma de vestir hace que los hombres veamos a las mujeres como simples objetos sexuales. Hay que hacer un esfuerzo muy grande -sin necesidad de ser un pervertido- para ver más allá de un escote pronunciado.

Hecho este inciso, volvamos al tema de la "liberación" de la mujer. La mujer, al exaltar su faceta sexual, pierde precisamente aquello que la distingue como mujer: ir más allá del placer físico que proporciona acto sexual y comprender su profunda dimensión unitiva. Y eso constituye un daño terrible a la humanidad, en la que la mujer juega un papel importantísimo en este sentido (y en muchísimos otros). Por eso, grupos feministas como "Femen", surgidos -supuestamente- en defensa de las mujeres, no hacen sino perjudicarlas. Y mucho.

Volviendo al tema del acto sexual, quiero traer a colación un ejemplo muy ilustrativo, que me ponía un buen amigo mío:

El acto sexual, en tanto que expresión de una entrega total, es un lenguaje. Me explico: cuando dos personas se encuentran por la calle y, al verse, se funden en un abrazo, con ese abrazo ambos quieren expresar algo (amistad, por ejemplo). Ahora bien, si uno de ellos, en el momento de abrazar al otro, albergase en su corazón un profundo sentimiento de rencor hacia esa persona que abraza, estaría mintiendo: ese lenguaje en que consiste el abrazo sería falso. Lo mismo ocurre con el acto sexual: si en el momento de producirse ese acto sexual no hay un amor total entre el hombre y la mujer, ambos están, en el fondo, mintiendo.

Hasta aquí hemos hablado de la dimensión unitiva del matrimonio. Pero el matrimonio no es sólo manifestación de la unión entre hombre y mujer; tiene también una segunda dimensión: la procreativa. ¿En qué consiste?

Como todos bien sabemos, a los bebés no los trae la cigüeña desde París. Para que un bebé nazca, es requisito indispensable -salvo intervención del Espíritu Santo- un acto sexual previo. En otras palabras: todo acto sexual es susceptible de dar lugar a una vida. Esto es una realidad que, por mucho que nos empeñemos en negar, está ahí; no la podemos cambiar. Una realidad que, en definitiva, todo acto sexual debe tener en cuenta. Dicho de otra forma: el acto sexual no puede desentenderse de la vida a la que es susceptible de dar origen; el acto sexual debe respetar esa vida. No sólo respetarla: ¡amarla! Tan grande es el amor que hombre y mujer se tienen que da lugar a una nueva vida. El amor es fuente de vida; por eso el acto sexual es el lenguaje del amor.

Así, los preservativos y el resto de métodos anticonceptivos (entre los que, por cierto, no se encuentra la píldora del día después, que es abortiva) privan a la relación sexual de su pleno sentido; o por decirlo de forma contundente: la degradan.

De acuerdo -me dirán- pero ¿y si mantengo relaciones sexuales abiertas a la vida antes del matrimonio? Aún en ese caso, no se está respetando del todo la vida a la que ese acto sexual puede dar origen. ¿Por qué? Porque todo niño que nace tiene derecho a crecer en una familia. Me explico: la familia es una institución humana (sí, sí: humana, es decir, derivada de la naturaleza del hombre) formada por padre, madre e hijos. ¿Por qué digo esto? Decía Aristóteles que el hombre es "animal social" y, por tanto, tiene necesidad de relacionarse con otros. Yo iría más allá: el hombre es "animal que ama". Por eso tiene necesidad de relacionarse con otros, porque el amor exige la existencia de "otro".

Pues bien, la familia es, precisamente, una institución fundada sobre el amor, el amor de un hombre y una mujer que deciden entregarse el uno al otro para siempre. Es por eso que la familia es la institución óptima para el desarrollo de la personalidad del niño (es decir, para el desarrollo del niño como persona). Dicho de otra forma: la familia, que tiene su origen en el amor, es la institución en la que el mejor puede aprender el niño a amar, esto es, aprender aquello que lo hace humano.

En definitiva, el acto sexual es el lenguaje del amor entre un hombre y una mujer. Este amor, si es verdadero, consiste en una entrega total y, además, es fuente de vida. Y el matrimonio es la institución que responde a la realidad de este amor. Por eso, sólo en el matrimonio tienen sentido las relaciones sexuales.

CíViCa
CíViCa
Ciencia | Cultura | Vida Asociación de Investigadores y Profesionales por la Vida.