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Por Javier Novo, Profesor de Genética de la Universidad de Navarra. Publicado en a100ciacierta el 6 de Mayo de 2014 - Deja un comentario

Investigadores de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres acaban de publicar en la revista Nature Communications un trabajo en el que muestran que la dieta puede afectar al modo en que la célula lee la información genética. Me refiero, evidentemente, a cambios epigenéticos, en concreto la metilación que se suele asociar con el silenciamiento de genes: cuando una región concreta de un gen sufre metilación de las citosinas, ese gen habitualmente deja de funcionar y se queda inactivo.

Por Javier Novo, Profesor de Genética de la Universidad de Navarra. Publicado en a100ciacierta el 6 de Mayo de 2014 – Deja un comentario

Investigadores de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres acaban de publicar en la revista Nature Communications un trabajo en el que muestran que la dieta puede afectar al modo en que la célula lee la información genética. Me refiero, evidentemente, a cambios epigenéticos, en concreto la metilación que se suele asociar con el silenciamiento de genes: cuando una región concreta de un gen sufre metilación de las citosinas, ese gen habitualmente deja de funcionar y se queda inactivo.

Desde hace años los científicos van acumulando evidencias de que la dieta puede afectar a la metilación (y por tanto al funcionamiento de los genes), lo que haría aún más cierto aquello de que somos lo que comemos. En ratones, por ejemplo, la dieta puede cambiar el color del pelaje mediante un mecanismo epigenético, sin alterar para nada la secuencia de nucleótidos del genoma. Y hace un par de años comentaba yo un estudio realizado en ratas de laboratorio según el cual la ingesta de pesticidas afectaba al funcionamiento de los genes en la segunda generación de esos animales.

En el trabajo publicado ahora, los científicos se han aprovechado de un “experimento” de la naturaleza: la sucesión de estaciones secas y lluviosas en Gambia, que lógicamente afecta a los cultivos de los que se alimentan los lugareños. Analizando varias regiones del genoma en la descendencia de dos mil mujeres que habían concebido durante una de estas dos estaciones, los investigadores comprobaron que los niños concebidos durante la etapa lluviosa (de mayor abundancia de comida) tenían niveles más altos de metilación en esas regiones. Esto es así porque la metilación funciona mejor cuando hay niveles adecuados de varias vitaminas y nutrientes, lo que a su vez depende de una dieta correcta.

Sin quitarle mérito al trabajo, no me explico la insistencia de algunos medios en presentarlo como la primera vez que este efecto se demuestra en humanos. En 2008, allá por los albores de este blog, ya comenté una investigación sobre mujeres que habían concebido durante el invierno del hambre que asoló parte de Holanda en la segunda guerra mundial: los genomas de sus hijos mostraban huellas (defectos de metilación) varias décadas después del suceso. Todo lo cual es fascinante, y lo sería mucho más si se demostrase que esas alteraciones persisten a lo largo de varias generaciones. Esta es una de las cuestiones más candentes y debatidas ahora mismo, así que prometo que os mantendré informados…

CíViCa
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Ciencia | Cultura | Vida Asociación de Investigadores y Profesionales por la Vida.