Por José Mª Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático, Misionero de la Misericordia, socio de CiViCa
El cristianismo sabe, al igual que la razón, que todos los seres humanos tienen la misma dignidad. Lo ha recordado tanto El Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1934, como el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 144-148. No hay personas de primera clase y personas de segunda clase. Todas se hallan en un mismo plano, en un plano de igualdad. En particular, obviamente, madre e hijo pequeño tienen la misma dignidad, ya sea éste recién nacido, o concebido no nacido, también si está enfermo o necesitado.
Esto es una verdad más grande que una catedral. Al mismo tiempo, y en plena y total armonía con lo precedente, es verdad manifiesta que entre la madre y el pequeño, en cuanto al diverso desarrollo de las capacidades, existe una diferencia de nivel. En este sentido se puede hablar de un plano superior y de uno inferior. Confrontando ambos planos se tiene lo que sigue. A un plano, pertenece: grande y grandeza; más, mayor, máximo; mayúsculo, fuerte; alto, altitud. Al otro: “bambino”, pequeño, chico, pequeñez; menos, menor, mínimo; minúsculo, débil, bajo.