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Por José María Montiu de Nuix, sacerdote, socio de CiViCa, doctor en filosofía, matemático. Publicado en Exaudi Catholic News: “El cristianismo, el más grande humanismo” el 23 de enero de 2023.

Con cierta frecuencia, en el mundo moderno, se opone humanismo a cristianismo ¡Como si ser cristiano fuera ser menos humano! Examinemos, pues, si tiene algún fundamento dicha contraposición.

Necesariamente, todo verdadero humanismo ha de valorar grandemente a la persona humana. Por tanto, en todo humanismo resulta clave cuánto la valora. Además, habría de valorarla desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte. Y, habría de tener en gran valor a todo ser humano, sea éste como sea. Sea pues nuestra pregunta: ¿en cuanto valoran al hombre los humanismos?

En un banquete de los diálogos del filósofo pagano Platón, un comensal le dice a otro, que había manifestado amarle: ¿si de veras me amas, muere por mí? Pero, esta invitación no fue acogida, no murió por él.

Conociendo que, en realidad, Cristo es verdadero y perfecto Dios, Hombre-Dios, nadie tendría la desfachatez y el atrevimiento de decirle a Cristo: si realmente me amas, prueba tu amor, sufriendo por mí un gran suplicio, que termine en la muerte de cruz: suda sangre, déjate pegar e insultar a más no poder, déjate crucificar…; ¡muere, muere, muere, por mí!, ¡quiero que mueras por mí!, y, todo ello, por amor a mí. Los labios no parirían tamaña petición. La voz, sería: ¡la tierra enmudecida! El silencio sería sepulcral, total, absoluto.

La razón de esto es clara: todos tendríamos por excesivo, por locura, por algo que es demasiado, llegar siquiera a sugerir una cosa de este género. Exigir tanto habría sido pasarse, pasarse un montón, pasarse cuatro pueblos. Nos daría vergüenza pedirlo. Sólo de pensar tamaña cosa, ¡nuestras piernas temblarían!, nos daría el tembleque, nuestra cara se iría enrojeciendo, hasta quedar roja a más no poder, roja como un tomate ¡Qué vergüenza! Si imagináramos la escena de estar haciendo esta petición, ¡se nos caería la cara de vergüenza! Antes nos dejaríamos matar, y cortar a pedazos, que exigir cosa tan estratosférica, precio tan desmesuradamente alto.

Pero, aquello que no habríamos siquiera osado pedir, es lo que ha ocurrido en verdad. Es decir, la realidad es que Cristo ha sufrido lo indecible en su Sagrada Pasión, llegando hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Y, todo esto, pudiendo evitarlo, lo ha elegido, lo ha querido vivir, lo ha vivido plenamente, y, ello, únicamente, por amor. Sin ni siquiera mover el dedo meñique, habría podido evitar su sufrimiento y muerte. Pero, libérrimamente, con plena voluntariedad, porque le daba la real gana, ha padecido todo esto y lo ha padecido por amor. Se ha abrazado amorosamente al sufrimiento y a la muerte, porque así nos abrazaba a nosotros.

Ha obrado así por amor a cada uno de nosotros. Habría hecho exactamente lo mismo si en el universo sólo hubiera existido una sola persona humana. No ha muerto por un conjunto de personas, por una colectividad, por una clase, ha muerto por cada uno en particular, como si sólo existiese esa persona humana, como si no hubiese nadie más en el Cosmos. Ha muerto por ti ¡Me amó, y se entregó por mí!

Así pues, nos ha querido mucho más de lo que siquiera hubiéramos podido desear, imaginar, pensar, pedir ¡Cuánto cariño! ¡Cuánto amor! ¡Nos ha amado tanto cuánto podía amar su corazón humano! ¡Nos ha querido más que nadie! ¡Nadie te ama tanto como Jesús! ¡Nos ha amado con un amor infinito!

Si reflexionamos sobre lo realmente acaecido, nos percatamos de que, por un lado, realmente Cristo ha sufrido tanto y ha muerto en la cruz por nosotros, y, por otro, no nos puede caber en la cabeza que haya ocurrido esto, aunque bien sabemos que realmente ha ocurrido. ¡Ha muerto el Señor Jesús! ¡Ha ocurrido lo impensable, lo inimaginable!

El hecho es que ha muerto el Hombre-Dios, Jesús. Por comunicación de idiomas, expresamos esto mismo, diciendo: ¡ha muerto Dios! Por esta expresión entendemos que ha muerto en cuanto a su naturaleza humana, no en cuanto a su naturaleza divina, pues Dios es inmortal; pero, ha muerto Aquel que es Dios, él mismo. Él que ha muerto es Dios. ¡Ha muerto por el hombre aquel que es de majestad infinita, Dios!

¡Ha muerto Dios! ¿Qué grito hay más grande que éste? ¡Ha muerto Dios y no se ha desintegrado el mundo! ¡Ha muerto Dios, se rompen las piedras, y algunos corazones humanos, como si nada, siguen más duros que las piedras! ¡Ha muerto Dios!

Entre Cristo y nosotros hay una diferencia de dignidad mucho más grande que entre nosotros y una hormiga. Pues, aquella diferencia, o distancia, es infinita, mientras que ésta es finita. No entenderíamos que un hombre diera su vida por una hormiga, o por una rata repugnante y rabiosa. Pues, Dios ha hecho mucho más, ha muerto por nosotros, que le somos tan inferiores, pero que sí que somos imagen de Dios.

Misteriosa realidad, superior a la razón, y no contraria a la razón, sapientísimo designio amoroso de Dios, que es algo que no nos cabe en la cabeza, pero que nos da el consuelo de sabernos tan amados. ¡Dios sabe más!

Así pues, todo hombre ha costado la sangre del Señor Jesús. Todo hombre, bueno o malo, asesino o santo, degenerado o no, lleno de odio o de amor, el mejor y el peor, ha costado la sangre de Cristo. Expresando esto mismo en el lenguaje de la comunicación de idiomas: ¡es tanto tu valor que has llegado a costar la sangre de Dios! ¡Tú vales la sangre de Dios!

Te señalo con el dedo, como la flecha va señalando y dirigiéndose a la diana, como si no existiera nadie más en el mundo. Un dedo que apunta hacia ti de manera clarísima, y te digo: ¡Tú, tú, tú, has costado la sangre de Dios! ¡Tú, tú, tú, vales tanto! ¡Tanto vales!

Así pues, no hay ninguna doctrina, se presente ésta, ya como religión ya como sistema de pensamiento humano, qué, dé tanta importancia al ser humano, a todo ser humano, como el cristianismo. Es, pues, la religión cristiana el más grande humanismo. Todos los otros sistemas de pensamiento, son, en comparación con esta religión, en el mejor de los casos, como juegos de niños. Ninguna otra creencia llega a tan gran altura.

Se entiende, pues, que cuando las sociedades se descristianizan, se pierde en humanismo, el hombre pasa a ser menos valorado, queda empobrecida la visión de la sociedad…

¡Bendito sea Nuestro Señor Jesucristo que nos ha mostrado que nos ama más de lo que pudiéramos llegar a desear e imaginar! ¡Alabado sea por habernos mostrado la grandeza maravillosa del ser humano, de todo ser humano, desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte, sea como sea su vida! ¡Qué gran humanismo!