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08/06/2020
Si a la Vida online, 20 de junio de 2020
16/06/2020

Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 6 de junio de 2020.

Nos cuesta entender que todo tenga una razón de ser. Nuestra capacidad de comprensión para abarcar hechos concretos es limitada. Debido a esa limitación, una de las formas de ignorancia, -quizás la más común-, sea juzgar o etiquetar hechos y personas, de una forma o de otra: bien o mal, justo o injusto, blanco o negro.

Los acontecimientos más incomprensibles, sean raros o habituales, son como son, antes de que el observador les ponga su etiqueta. Nada de lo que acontece, está pendiente de lo que pueda opinar cualquiera; no esperan el juicio de aprobación o de repulsa de quien pueda verlo en directo, escucharlo de alguien que relata, o verlo al cabo de cierto tiempo en las televisiones o en las redes sociales.

Si algo tuviera que esperar «el juicio» de otro para «ser o acontecer», el observador, sería más importante que «el hecho en sí». Sería absurdo. Habría tantos juicios como seres pensantes; cada cual tendría su particular punto de vista y el acontecimiento en sí, no tendría razón de ser o de producirse. (Es como si el pirómano tuviera poder sobre las condiciones en las que debe actuar el bombero; el juez sobre la actuación de un delincuente; el inventor esperar para realizar un invento a que alguien juzgue de su utilidad para el progreso de la humanidad). Nada se haría.

Así pues, solo se trata de ser libres, coherentes, hacer y decir lo que se piensa, con claridad y ética, sin tomarse nada personalmente y sin suposiciones. Sabiendo que la libertad del otro comienza, donde termina la mía, o viceversa. La verdad hace libres.

Todo tiene un por qué y un para qué, independiente de que alguien lo apruebe o desapruebe, lo ignore o lo comprenda, (sea un acto de ayuda humanitaria, levantar a quien está caído, educar a los niños, sanar al enfermo o un acto de agresión o vandalismo).

Lo que sucede, hasta el mínimo detalle, está ahí por algo; ayuda a la evolución y al crecimiento personal. ¡Todo! Sin prejuicios, ni juicios. Los actos de cada uno, nos han traído a dónde estamos y a lo que somos.

¡Es más simple destruir un átomo que un preconcepto! Sin conocer a las personas, es posible equivocarse al juzgar. Ver un ejemplo.

Por supuesto no estamos obligados a ver lo que otros ven, ni pensar lo que otros piensan. Hay que atreverse a ser, pensar y actuar, como somos; más que iguales,  somos únicos, distintos, diferentes. Debemos crecer en todo momento como tales, para crear un mundo diferente.

Vivir, aceptar, hacer lo que se crea que se debe hacer, ayudar, escuchar o simplemente estar, son activos. Respetar al otro y no hacer mal, no restar, no contaminar, ni dañar. Conscientes de ser y valer, sin humillar. Ser positivo en cada instante, sumar, colaborar, disfrutar, argumentar. Educar a las futuras generaciones para que cada uno se conozca y haga lo máximo que pueda. El bien se difunde. No todo vale, ni da igual todo.

El karma existe. Es una ley no escrita, que establece que nuestras acciones físicas, verbales, mentales, son «causas» y nuestras experiencias, «sus efectos». Ciertas filosofías y ciertas religiones, enseñan que si haces mal, te irá mal (antes o después), si procuras hacer el bien, éste volverá a tu vida, incluso multiplicado. Dicho de otro modo: “Recibes lo que das, ya sea bueno o malo”.

Steve Jobs compartía su experiencia: «tienes que confiar que los puntos (de tu vida) se conectarán en el futuro, de alguna forma; tienes que creer en algo, tu instinto, el destino, la vida, el karma, lo que sea. Este enfoque nunca me ha dejado de caer».

En uno de los libros de François Revel, explicó«El mundo está gobernado por la mentira», pero no estamos obligados a callar, ni consentir. Sería entrar en el juego.

Así que: «Nada te turbe, nada te espante», decía Teresa de Jesús. Se acabaron las preocupaciones.  Se trata de vivir, solo eso; con honestidad y si es posible con una perspectiva de altruismo. Necesitamos de los demás para descubrir lo que somos, no para reafirmarnos en nuestro ego.

El mundo en general, está dominado por la mentira y la imposición. Vivimos un tiempo de emergencia sanitaria, y unas disposiciones si no contradictorias, surrealistas. El aire está más limpio, pero se nos obliga a usar mascarilla; las carreteras están vacías, pero no podemos hacer viajes para visitar ni siquiera a la familia; el combustible ha bajado de precio, pero… estamos confinados; se recomienda lavarse las manos, pero no podemos estrecharlas; tenemos más tiempo para estar juntos, pero no podemos juntarnos; mucha gente que tenía trabajo, lo ha perdido o no puede trabajar;  así que los que tienen dinero no pueden gastarlo y quien no lo tiene no puede ganarlo y tienen que  ser ayudados con una subvención del «ingreso mínimo vital».

Asumir la imperfección, no es dejarse manipular ni engañar.  Hay quienes tratan de imponer ideas, ideologías, políticas, y juicios. Pretenden uniformar para dominar. Tratan de cuadricular para hacer encajar y ser los amos. No hay que ignorarlo.

Ser lo que somos es muy enriquecedor, porque somos más que apariencia, somos, sobre todo, esencia. Ser es vital: diferente, único. Lo cual no es fácil ver.

La vida y la verdad van por el mismo camino. La verdad, es «la herida que más escuece», pero hay pocos que están dispuestos a buscar, escuchar y encontrarla, porque la autosuficiencia, la ignorancia y la arrogancia, son tres síntomas de quien ha conseguido un estatus de poder.

Como ejemplo, en los evangelios se dice que Pilatos preguntó a Jesús: «¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.  Pilatos le preguntó: ¿Qué es la verdad? Y habiendo dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: Yo no encuentro ningún delito en El» Jn 18,37-38. Una pregunta clave, pero no prestó atención, ni se entretuvo en escuchar la respuesta. Confiesa públicamente que Jesús «es inocente», pero lo entrega como si fuera culpable, para que lo crucifiquen.

En las relaciones humanas, no son pocas las oportunidades en las que estamos muy lejos de escuchar a nuestro interlocutor. La suposición no es ni más ni menos que la idea que uno tiene sobre el por qué de una acción, gesto o verbalización del otro. Claudio Naranjo apuesta por una educación sanadora para transformar la sociedad.

La pandemia nos ha mostrado casi como «fantasmas» que  escuchan sin sentir, viven viendo morir, nos hablan de número de fallecidos, no de personas…como si solo necesitáramos contar o pensar. Se nos trata como a niños, porque la crisis de educación, no es una crisis entre otras.

Profesores, padres, autoridades políticas y religiosas, tenemos que asumir que los niños, y los ciudadanos en general «no son sacos vacíos que hay que llenar de algo porque no saben nada». Es un error. Son únicos. Tienen instinto, tienen intuición. Saben. Hay que escuchar a los niños y a los adultos para descubrir a las personas, los valores y los principios de convivencia. Los talentos, se descubren y se potencian, cuando se ejercitan. Eso redunda en beneficio personal y social.

Los políticos no han tenido la claridad ni las convicciones necesarias para superar la trifulca ideológica y partidista. Horas hablando, al lado de galones y medallas, para dar sensación de autoridad, sin decir nada.  Los debates en el Congreso han sido un diálogo de sordos; la pobreza intelectual que demuestran, lejos de poner las bases para levantar el país, lo llevan a la ruina económica y moral. La reconstrucción económica, precisa antes una reconstrucción ética.

Nos prefieren callados. Nos quieren manipulables. Pero los derechos humanos y los constitucionales, deben ser respetados. Las personas todas, merecemos un respeto, tenemos dignidad. Sacrificar algo por alguien, no es fácil. Lo verdaderamente interesante es encontrar a quien merezca ese sacrificio.

Tras los fallecimientos de tantas personas queridas, en los últimos meses, tal vez sea bueno escuchar a alguien que nos enseñe a vivir sin miedo a nada, ni al Covid-19. Tampoco a la muerte. Somos más que cuerpo físico y mental, somos espíritus. Nuestra parte corpórea tiene fecha de caducidad, pero eso no es el fin. ¡No podemos desaparecer! Es algo que necesitamos recordar.

Antonio Gómez Martín, de Cáceres, es una persona que está «de vuelta». Habla un lenguaje cercano y comprensible para todos; en una entrevista concedida a Mariano Sörensen en «El Nuevo tiempo», dice, y repite: «¡Todo está bien!». Coincide con el título del artículo, y no es casualidad.

Creo que a todos, pero especialmente a quienes han perdido algún ser querido, les puede llevar un poco de esperanza. ¡Ojalá!

Puede verlo en el siguiente vídeo

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa