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Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la luz el 15 de noviembre de 2019.

Partiendo desde Astorga, capital de la Maragatería, pasando por Castrillo de Polvazares y Santa Coloma de Somoza, el viajero llegó con algunos familiares a Filiel, un pueblo remoto y con encanto, en la ladera misma de la Sierra del Teleno. El Teleno es un monte emblemático, visible desde toda la comarca de la Valduerna y la Maragatería, y cuya cumbre se eleva a 2.188 m, siendo límite natural de  las comarcas leonesas de la Cabrera, la Maragatería y el Bierzo.

Los astures lo consideraban representación del Dios Teutates, protector de los campos. Fueron los romanos, quienes lo denominaron «Mars Tilenus«, con lo que se reconoció también como deidad para los invasores. El nombre es un sincretismo romano-indígena.  En él, los romanos descubrieron y explotaron el oro de sus laderas, en minas a cielo abierto y no dudaron defenderlo como guerreros (Marte es, para ellos, el dios de la guerra).

Después de atravesar el rio Duerna, llegamos a la localidad de Filiel. El pueblo ha sido fotografiado desde lo alto, no hace mucho, desde un drone, pues es un enclave importante, perteneciente al municipio de  Lucillo, en la provincia de León.

El viajero encontró el monte Teleno ya nevado en su corona y ese día hacia mucho frio.  Tal vez por eso, no había nadie por la calle; aunque salía humo de algunas chimeneas. Así que lo mejor era refugiarse en la Taberna del Filiel, que está a la misma entrada y es acogedora y donde se come bien.  La cocina es casera, natural y  en su punto. Victor, el dueño, se hace muy pronto con la gente, sobre todo, si se ha reservado previamente y lo tiene todo dispuesto.

Coincidió que a la entrada del bar, La Asociación Cultural Filiel SIGLO XXI, anunciaba ese día el Mangosto de Castañas alrededor del fuego, en la Plaza. Una razón más para disfrutar.

Después de comer, decidimos callejear un poco y hacer algunas fotos, porque la naturaleza estaba engalanada con los mejores colores del otoño. Las nubes, de vez en cuando ocultaban el sol, pero la sensación térmica era de una temperatura muy baja.

Sin saber por qué un perro apareció en un cruce y se acercó al viajero. Nada más verle vino para que le acariciara como si fueran viejos conocidos. Ante las zalamerías del simpático perro, alguien del grupo, con su móvil, quiso inmortalizar la escena que le pareció entrañable.

A pocos pasos, en un huerto con la hierba alta y ortigas, había diversos árboles. Los colores de las hojas movidas por el viento, la abundancia de los manzanos, las bayas de los acebos, las zarzas y los escaramujos invitaban a disfrutar contemplando de cerca todo eso. El suelo estaba sembrado de hojas rojas, ocres, amarillas y de fruta caída. Un enrejado impedía el acceso a aquel vergel. El dueño mismo se acercó hasta nosotros, abrió el candado y retiró la cadena para poder mover la herrumbrosa verja y permitirnos entrar.

Al salir, prosiguieron el paseo por el pueblo. Como aún no era muy tarde, el grupo familiar acordó separarse, para conocer algo del entorno. Unos a pie -los 3 más valientes-, saldrían del pueblo por la Calle de Los Nogales para tomar el camino de la montaña, y dirigirse luego hacia Molinaferrera, en el valle del río Duerna. En algunos tramos hay bifurcaciones, y en otros, sencillamente no hay camino. La localidad de destino se encuentra a más de una hora de distancia. El otro grupo volvería por la calle que cruza Filiel para salir del pueblo. Estos, harían una ruta más larga por carretera, para finalmente confluir y aguardar allí a los montañeros.

El viajero y su guía, no se iban a aburrir. El guía, además de buen conversador, conocía la mayor parte de las rutas de la Península y era de León. Desde Filiel hay rutas ornitológicas para avistamiento de aves. Muy cerca se encuentra «la ruta del oro» hacia las minas que los romanos abrieron hace 2000 años en la localidad.  No tienen el relieve ni la importancia de las Médulas, en la localidad cercana de El Bierzo; pero están relacionadas por la explotación aurífera.

En el bar-restaurante donde comimos, había visto fotografías  e incluso un libro de algo desconocido: los Petroglifos de Peñafadiel, Petroglifos de Filiel (foto adjunta) y Petroglifos de Chana, etc. Eso nos trasladaba a épocas remotas, mucho más antiguas que los romanos. Se trata de  megalitos de la época Calcolítica (de 4 ó 5 mil años) que contienen diversos grabados que decoran estas piedras, -seguramente sagradas para ellos-; las marcas forman laberintos y cazoletas, así como pequeños canales y estanques utilizados en rituales con líquidos. Estos grabados en la roca, -orientadas hacia el Teleno-, son los más antiguos encontrados en el mundo. La Junta de Castilla León, muestra estas joyas en paneles, con el título: «Petroglifos del Teleno». Son joyas de la Edad de Bronce, pero no están protegidos en absoluto.

(Fotos de Internet  de los petroglifos de la Maragatería y video: ).

El viajero y su guía, decidieron visitar la Chana de Somoza,  que es un inmejorable mirador de la montaña del Teleno.  Hay petroglifos, donde aparecen grabados superpuestos tal vez pertenecientes a épocas diferentes. Como curiosidad que llama extrañamente la atención, es «la cruz» que corona la iglesia de Santiago de la localidad, que más parece un águila imperial de los estandartes romanos, que una cruz cristiana. Dicen que está esculpida en la roca verde a la que por aquí llaman «moraliza»,  es decir, la piedra en la que están grabados los laberintos , herraduras  y huecos, similares a los de otros lugares de la zona.

La Laguna de la Chana, que tiene  a sus pies este municipio, es un vestigio de cuando los romanos buscaban oro por estas tierras.

Por causa del tiempo desapacible, más invernal que otoñal, y del intenso frío, en el recorrido por el pueblo, tampoco vimos a nadie. Pero algunas personas que vienen en épocas mejores, cuentan que  en Chana de Somoza, todavía quedan «filanderas».

Al tomar el desvío hacia Molinaferrera, hay una famosa Cruz de madera sobre un pequeño pilar de roca. Nada la protege de las lluvias ni el viento. Su presencia es una muestra de la bondad de los habitantes de la Chana.  Según mi guía, «cuenta la leyenda que un viajero de La Cabrera (León), regresando ebrio de la feria de Lucillo sobre su caballo, al llegar a este lugar se cayó golpeándose con la cabeza en una piedra, lo que le produjo la muerte. El pueblo, en su memoria, levantó una cruz que ha sido renovada por distintos personajes locales. Los últimos carpinteros que la han renovado son Narciso Martínez, Luis Martínez, Tomás Simón y Martín Simón».

Más adelante atravesamos el río Duerna, y llegamos a Molinaferrera. Nos dio tiempo a recorrer el pueblo y aún tuvimos que esperar a los caminantes.

Como ya había anochecido y venían por el monte, el viajero sin poder contener los nervios, les puso un Whatsapp, con una pregunta muy escueta a los 3 caminantes:

– ¿Qué tal vais?

-¡Vamos bien y vamos cinco! (Ni que decir tiene que eso era aún más desconcertante; podía ser cualquier cosa, hasta un secuestro).

-¿Y eso?

¡Ya lo veréis! (Un escalofrío de inquietud recorrió al viajero, de la cabeza a los pies; se lo dijo).

Pues, ¡estamos inquietos! (El guía y el viajero, hablaron de ir en su busca, pero a dónde y por donde, si no sabían ni dónde se encontraban ni por dónde venían). Afortunadamente, su móvil se encendió con un nuevo mensaje:

Estamos llegando. Vemos a lo lejos la torre de la iglesia. No debe faltar mucho. (Les comunicó el lugar exacto donde ellos se encontraban).

Estamos casi en el cruce y cerca del río.(Pasó un tiempo y solo el corazón se podía escuchar. Volvió a iluminarse el móvil):

 Ya estamos al lado de una ermita y del indicador de Molinaferrera.

– Vale, vamos hacia allá.

Alguien llamó a la mente, «la loca de la casa». Juega con los sentimientos, con el tiempo, te hace ver fantasmas y peligros donde no los hay.

Cuando llegamos allí, nos encontramos tranquilos a los 3 caminantes. ¡A su lado había dos hermosos perros negros! A uno de ellos lo conocí enseguida. Era el que me había venido a saludar en Filiel, después de comer. El otro era un poco más grande. Nunca lo había visto.

Los caminantes despidieron a los perros y subieron al coche para regresar a FIliel. Lo que nos contaron después, hace pensar.  Siento escalofríos al recordarlo para escribir.

– «Al salir del pueblo y coger el camino de Filiel a Molinaferrera, el perro que te saludó y al que le hice una foto, se nos acercó, venía con otro más grande. Sin decirles nada, «el tuyo» se puso delante de nosotros y el otro detrás.  Así hemos venido todo el camino. Cuando volvíamos la cabeza para mirar al grande, se paraba como si desconfiara, volvía la cabeza y miraba hacia el monte. Daba la impresión que le hubieran maltratado. Ni una palabra amable, ni una caricia aceptaba porque no se acercaba».

-¡Y se han quedado ahí sin vosotros…! ¡Ahora, tendrán que volver por el monte solos! ¡Son mucho más que perros, son ángeles protectores en cuerpo de perros!

-De verdad que con ellos  nos hemos sentido muy seguros. Yo pensaba que si nos pasaba algo en el camino  del bosque, ellos nos defenderían  o irían al pueblo para buscar ayuda!

-¡No sabíamos si llegarían con nosotros hasta encontraros! ¡Cualquiera sabe lo que piensa un perro y menos cuando andan libres por el monte! Pero… ¡nos han acompañado sin que les diéramos nada a cambio, porque nada habíamos previsto y nada teníamos!

-¡Quedarán en nuestra memoria, como el mejor recuerdo de este viaje! ¡Tengo que contarlo, aunque no lo crean! ¡Estoy emocionado, después de haberlo pasado tan mal, porque se me hacía que tardabais!

Así regresamos a Filiel, por la fiesta de la Hoguera y el Mangosto de Castañas. Se dice que los vecinos de aquí son los que tienen más gusto de todos los de la zona.  Nosotros podemos decir que son muy acogedores, generosos y alegres. Lo hemos vivido con ellos en la fiesta.

Algunos de sus perros también son especiales. Tal vez hay una conexión con los humanos, que por ahora desconocemos. Como escribió A. Gala, «el perro es una unión con la naturaleza y la presencia de un mundo no humano y afectivo, más humano a veces que el del hombre». Aquellos compañeros de camino, nos han hecho olvidar la belleza del paisaje de otoño para saber que hay una belleza más íntima y más cálida que piensa, siente, sufre, ama y palpita en el corazón de un perro. 

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa