Los árboles y las abejas

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Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 13 de marzo de 2021.

La imagen del inicio de la pandemia en los supermercados fue expresiva. El icono de la cesta de la compra resultó ser, al menos aparentemente, el papel higiénico, para pasar  después en los días posteriores al 14 de marzo, fecha en la que se decretó “el estado de alarma”, a la compra compulsiva en la “semana de la histeria”.

Pasado los momentos, y ya por motivos higiénicos y sanitarios, el año 2020 ha terminado con un importante aumento del consumo de papel, que como es sabido se fabrica a partir de «fibra vegetal» tratada en grandes fábricas. Si la demanda de papel a escala mundial es cada vez mayor, y los procesos de reciclaje son limitados, habrá que buscar soluciones.

Va siendo hora de dejar el juego interesado del «el alarmismo climático que da dinero y poder» según denuncia el antiguo ecologista, Michael Shellenberger. El alarmismo climático es interesado y perjudicial para la humanidad. Hay que rescatar, potenciar y salvar lo que de verdad importa y estamos maltratando los humanos: las dos especies inteligentes que más ayudan a la vida del planeta Tierra y a todas las especies que aquí viven: los árboles y la abejas. Ellas, más que nosotros mismos, son imprescindibles para vivir.

Los árboles son vida y alimento.

Las plantas son seres inteligentes. Y son mediadoras entre el Sol y la Tierra. Tienen sentimientos (sienten de dolor y miedo y reaccionan y embellecen con el buen trato y el cuidado).  Las membranas de las hojas reaccionan a las vibraciones de forma similar a nuestras neuronas. Se comunican entre ellas con ultrasonidos, y se ayudan enviándose mensajes. Captan y reaccionan a nuestros pensamientos y nuestras palabras. Debemos cuidarlas, y comprender sobre todo  que son las plantas quienes nos cuidan psíquica y anímicamente, tanto en el bosque, en la ciudad, cerca de los centros de salud. Ellas proporcionan alimentos. Transforman la energía solar, en azúcar, que los humanos necesitamos para vivir. Los árboles madre, proporcionan información y recursos de los más ancianos a los más  jóvenesY desde la antigüedad, los sabios han obtenido medicamentos.

La fotosíntesis no es posible sin dióxido de carbono, agua y luz. Un solo árbol que sea lo suficientemente grande es capaz de proporcionar una dosis diaria de oxígeno que sería suficiente para 4 personas y, absorbe 6 kg de carbono al año. Por eso hay que saber que los árboles capturan también CO2. Según Dargan Frierson, «los daños causados por el calor, la sequía, el clima extremo y el aumento del nivel del mar serán mucho más graves si la temperatura aumentar debido al dióxido de carbono.

La deforestación provocada por los humanos y sus oscuros intereses (tala ilegal), por el fuego (en muchos casos provocado), la contaminación industrial, el urbanismo y el asfalto, ha hecho perder la perspectiva de que como las personas humanas dependemos, para respirar y para vivir de recursos provenientes de las plantas en general de los árboles, bosques. También de las flores, claro.

Si se destruyen por deforestación millones de hectáreas de bosques, esa cantidad de plantas no pueden atrapar el CO2, ni liberar oxígeno. Doble daño para los humanos.  Además está demostrado que los árboles y las plantas ayudan a reducir la agresividad. Las ciudades  que tienen pocos árboles  tienden a tener más violencia dentro y fuera del hogar. El dinero y el consumo, no pueden erigirse en objetivos absolutos. Estamos en la Tierra, gracias a las plantas y los árboles.

Quien ame la vida, debe ayudar al bosque, que no debe desaparecer ni disminuir, más bien conociendo la deforestación, hay que plantar árboles. Debemos a las plantas el oxigeno, la lluvia, los productos comestibles, la energía y hasta el papel que utilizamos de múltiples formas (envases, envoltorios,  cuadernos, folios y los rollos de papel).   Nada sin los árboles.

Sin las abejas  tampoco hay futuro humano.

Las plantas en general gracias al color, el aroma y la fragancia, envían mensajes a los insectos, especialmente a las abejas. Ellas, son los seres que más trabajan en el Planeta, para mantener la biodiversidad. Viven en colonias perfectamente organizadas, compuestas de obreras, zánganos y reina.  Viven en asentamientos de colonias denominados colmenas. Una colmena puede llegar a estar formada hasta por 80.000 individuos, mayoritariamente, obreras.

En mayor o en menor medida, todos hemos oído hablar desde pequeños de la importancia de las abejas, para sostener los ecosistemas, gracias a la polinización, y  con ello para garantizar la vida humana. La agrupación de colmenas dispuestas en una ubicación determinada por  el hombre (generalmente un apicultor), se denomina colmenar.

La importancia de las abejas es que, aunque hay otras formas de polinización (viento, mar), ellas  intervienen en este  proceso al 90%.  Y la polinización permite a las plantas y flores dar frutos gracias a  la transferencia del polen de los órganos masculino a los femeninos. Este proceso, podría hacerlo el viento (anemófila), el mar (hidrófila) o los insectos (entomófila). Esta última es considerada la más importante de los tres tipos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO).

Hay pocos espectáculos naturales tan fascinantes como ver salir «un enjambre» de abejas en un día soleado de primavera. Miles y miles de abejas levantan el vuelo, forman una gran nube y, organizadas a través de complejos sistemas de comunicación, se dirigen a un punto cercano donde se posan formando una piña. Es un espectáculo aparentemente asombroso e inexplicable. Ese enjambre, indica su voluntad de dejar la colonia anterior y formar una nueva para multiplicarse. Básicamente, la sociedad anterior se divide en dos mitades, la reina  joven que ha nacido, debe proseguir el trabajo de la colmena. La otra reina se va, cediendo su casa.

Esa separación tiene, pues, un motivo y se produce con un orden y un acuerdo. Para constituir un nuevo grupo, la abeja reina de más edad abandona la colmena, llevándose consigo un gran número de obreras y dejando a la reina más joven a cargo de lo que queda de la colonia original. El proceso natural de abandonar la colmena, se denomina enjambrazón.

La nueva colmena, puede ser de dos clases: rústica -sin intervención humana-, o «racional», cuando los humanos (el apicultor) pretenden las mejores condiciones para las abejas y la producción de miel. No debe confundirse «un enjambre», con la colmena que se encuentra en el interior de cualquier recipiente denominado «colmena».

Las abejas están en peligro y, dependemos de ellas.

La población de abejas, mariposas y abejorros, grandes responsables de la polinización se han visto amenazada por factores humanos y climáticos. Solo en Europa el número de abejas disminuye entre un 20 y un 35% anualmente.  El problema es más crítico en otros países, como Estados Unidos, donde el porcentaje disminuye hasta supera el 50%.

El valor económico del proceso de polinización, según un informe de Greenpeace, se estima en 2.400 millones de euros para España y 265.000 millones de euros a nivel mundial. Con ser grave el daño estimado en la polinización, el peligro es que la cadena trófica, podría derrumbarse. Como ejemplo: una colonia de abejas es capaz de polinizar alrededor de tres millones de flores en un día mientras que solo para polinizar un pequeño huerto de manzanos, haría falta la labor de más de veinte personas.

Las principales plantas afectadas por la polinización son los frutos secos con una vulnerabilidad por encima del 30%,  seguido por las frutas, 18%, y, por último, las  hortalizas, 17%; y la ausencia de miel de las flores ya que ellas liban el polen para fabricarla.

Debemos concienciarnos de que, si mueren o desaparecen, habremos suprimido la existencia de las laboriosas e inteligentes abejas y, para no desaparecer nosotros mismos, necesitaríamos sustituirlas en  su incansable y maravilloso trabajo.

Hay que saber  primero, ¿por qué están desapareciendo? Una de las causas principales de su desaparición es «la acción humana» por múltiples vías: 1) la agricultura industrial en los países más desarrollados destruye su hábitat natural; 2) reduce al mismo tiempo sus alimentos; 3) los insecticidas y plaguicidas industriales las destruyen directamente y contaminan (envenenan) su fuente de alimento y trabajo; 4) y en general, la urbanización  invasiva, el fuego provocado, la deforestación,  la contaminación y el cambio climático, deterioran  o destruyen su hábitat natural.

Abeja robot o el dron-polinizador.

Científicos de la Universidad Politécnica de Varsovia han creado un dron miniaturizado que es capaz de encontrar una flor, recoger su polen, y transferirlo cuidadosamente de la parte masculina a la femenina, para fertilizarla (ver enlace)

Si la mortalidad de las abejas polinizadoras, de las que depende la mayoría de los cultivos, aumenta cada año de manera alarmante, y llega a afectar gravemente a los ecosistemas e incluso los humanos, este invento, sería una posible alternativa. Hay dos versiones de drones uno «volador» y otro «terrestre», ambos provistos con una especie de plumero que impregnan de polen y reparten a otras flores.

Gracias a las cámaras que usa, puede «ver»  los espacios donde hay flores y gracias al programa de ordenador, establece  un mapa de ubicación y «volar» y tocar el polen y trasportarlo a las flores cercanas.

Pero, aunque puedan «polenizar» se necesitarían millones de drones para intentar fertilizar las plantas como hoy, gratuitamente, hacen las abejas.  Así que están diseñando un enjambre de abejas-robot. Los drones y su equipamiento tienen un coste. Sus movimientos y recarga energética deben ser supervisados por un ordenador externo al que, los componentes electrónicos instalados en el minidron, transmiten sus datos.

Suponiendo que a nivel de la agricultura nacional (por coste y equipación), con el tiempo se pudiera conseguir la fertilización de las plantas imprescindibles para la alimentación humana, los drones por mucho polen que consigan atrapar, los apicultores recuerdan que, la miel y su alquimia, parecen vedadas, de momento, a las abejas robóticas.

Mientras llegan las abejas-robóticas, cuidemos las abejas que tenemos con vida para que no desaparezcan y, disfrutemos de los diferentes tipos de miel. Si no somos conscientes y responsables, el privilegio de degustar esa ambrosía, podría desaparecer para nuestros hijos o nietos. Los insecticidas, la contaminación y la salud de los ecosistemas, dependen en gran parte de nosotros.

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa