El bosque protege, cura y enseña.

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Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa). Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 8 de octubre de 2018.

Cuando sucede, -que no es siempre-, millones de sensaciones y experiencias son posibles, porque  permiten aunar lo que se lleva dentro y lo que se percibe fuera.

Aire y luz lo llenan todo cuando el paisaje se acerca, con toda su belleza, o nos acercamos a él, a cada paso. Se trasforma y nos trasforma. Somos caminantes y parte de una inmensidad.

El contacto con la naturaleza, lentamente, nos enseña y ayuda a descubrirnos a la intemperie. La naturaleza se muestra a cielo abierto. Y el alma que la contempla, también a la intemperie, vibra.

Salir a la Naturaleza, montaña o mar,  y dejarse acariciar por el sol, refrescarse en el agua, en la nieve, en la sombra de los árboles y escuchar la música envolvente de las olas y los astros, las hojas que se desprenden de sus ramas en otoño…¡Qué agradecida y suave! ¡Cuánta luz acumulan los matices del color en movimiento!

Qué variedad de aromas, formas, texturas y perfumes nos regala la naturaleza para cada sentido. Penetra por los poros y las ventanas del alma la brisa que embriaga y enamora. No sé si cada uno encuentra lo que busca o lo que lleva, pero nunca se vuelve igual por dentro. Los átomos más íntimos, las células y sus distintas conexiones se oxigenan y tienen más vida.

Extasiarse, es mucho más que ser felices.  La inmensidad o la pequeñez no defraudan nunca. Todo está ahí, de forma total o en miniatura. Encontrar un lugar adecuado para echarse mirando al azul o, en la noche, contemplando las estrellas y ver girar la bóveda celeste, reduce o acrecienta, según los casos, la consciencia de lo que somos, en el universo.

Se puede disfrutar de la vida, sin tiempo. El tiempo no existe. No es un componente de la felicidad.  Medimos distancias, estaciones, días, noches, estrellas, pero no el tiempo. Todo es belleza, silencio o gozo infinito que dura siempre o pasa en un instante.

Está en la fuente y no es el agua cristalina, ni el murmullo cuando se desliza en la ladera. Está en el viento o en la brisa que mece las hojas y se lleva las nubes, pero no puede verse.

Se pueden abrazar los troncos de los árboles, para agradecer al Creador de este lujo de colores del hayedo y de la vida, en el otoño, o en cualquier estación.

Me viene a la memoria, un libro titulado «Susurro y Piti«. Susurro era el árbol y Piti, el  alegre pajarito que descubrió que los árboles hablaban y sentían. (Hoy el libro está agotado y desclasificado).

Luego he sabido que era verdad, que  sienten, tienen sensibilidad, son inteligentes, tienen memoria, se asocian con especies útiles y se comunican e interactúan entre sí. De alguna manera pueden incluso intercambiar nutrientes, en función de las necesidades y de sus posibilidades. Sobre todo aquellos que los estudiosos han llegado a denominar: «árboles madre».

Como bien dice, Peter Wohlleben: «Un árbol no hace un bosque, no es capaz de crear un clima local equilibrado, está expuesto al viento y a las inclemencias del tiempo. Sin embargo, los árboles juntos crean un ecosistema que amortigua el calor y el frío extremos, almacena cierta cantidad de agua y produce un aire muy húmedo. […] Si todos los ejemplares se preocupasen sólo de sí mismos, muchos de ellos no llegarían a la edad adulta. Las muertes continuadas provocarían grandes huecos en las copas, por los que las tormentas se colarían con mayor facilidad y otros troncos podrían ser abatidos. El calor del verano penetraría hasta el suelo del bosque y lo secaría. Todos sufrirían.» 

Capturando carbono y liberando oxigeno, retienen y absorben agua o la liberan, colaborando naturalmente, de forma positiva en el cambio climático e influyendo en la vida de todos los seres que respiran.

No solo son capaces de captar los sonidos, sino que perciben también los pensamientos de los humanos y reaccionan ante ellos, tanto si llevan peligros como si están llenos de armonía, de paz o de grandeza. Por supuesto sienten miedo y piensan y aunque parezca imposible, a su modo, se defienden. El miedo va hacia las raíces, para alertar. También expresan felicidad en la luz que agradece y eleva y en el oxigeno difunden paz y hacen posible la vida.

En el bosque, se puede entrar y percibir otro orden de cosas.  La voz de la montaña, tiene matices infinitos. El paso de la nubes, de la brisa, la melodía de las estaciones, el brotar de las yemas y las flores, la caída de las hojas, el canto de los grillos y chicharras, el vuelo de las aves y sus trinos, el camino silencioso de los gusanos, los topos, las hormigas y los grillos, el concierto de la lluvia o el resplandor del sol que pinta los colores y las fuentes secretas y en todo en conjunto, se percibe físicamente la vida. El silencio no es el vacío, ni ausencia de nada, sino plenitud y comunicación.

El científico serbocroata Nikola Tesla(1856-1943) para quien «Todo es Luz», dijo que «en el interior de la tierra hay energía de alegría, paz y amor, que se expresan por ejemplo a través de una flor que crece en la tierra, los alimentos que salen de ella y todo lo que hace el hogar del hombre… La belleza y el aroma de las rosas pueden ser utilizados como una medicina y los rayos del sol como alimento… Los latidos del corazón del hombre son parte de la sinfonía de la tierra… Tenemos dos ojos, el terrenal y el espiritual, se recomienda que se conviertan en uno solo. Algunas personas, absortas en la contemplación del mundo exterior, son totalmente ajenas a lo que está pasando dentro de sí mismas«.

En todo caso, con los ojos abiertos o tal vez mejor, si se cierran, -para sentir también el corazón-, podemos relajarnos, soltar tensiones, miedos y problemas, y respirar profundamente para embriagarse de una paz relajante y sanadora. La naturaleza relaja, sana, rejuvenece y alegra.

Pero nos han ocultado, o no hemos aprendido, que los árboles que contemplamos y el bosque entero, se sostienen, se nutren, viven y llevan otro mundo -igual o mayor- bajo la tierra. No estamos muy preparados para descubrir lo que está oculto, en nosotros mismos o en la naturaleza. Los científicos y estudiosos de las plantas hablan incluso de neurobiología vegetal y sus aplicaciones. Cierto que otros visionarios, hablan de gnomos, hadas, duendes elfos y otros seres. «Son seres cuya función es cuidar, proteger y embellecer la naturaleza». La riqueza y variedad sobrecoge, sobre todo de noche.

En el corto espacio de un contacto de verano en la naturaleza, se busca ver, disfrutar, aprender. Al subir desde Pamplona hacia el Pirineo uno se cruza con peregrinos, que solos o en pequeños grupos, por el Camino Francés, se encaminan a Compostela.

El valle navarro de Salazar y concretamente, la Selva de Irati, es uno de los enclaves naturales y mágicos, que atraen siempre. Después de haber estado allí, no se puede olvidar.

Comparto algo de lo que disfrutamos y alguna foto del bosque.

Dejo un VÍDEO para que quien disponga de unos minutos para verlo pueda encontrar algo increíble sobre los árboles.
Nadie olvide que siempre, -allí y en cualquier lugar-, hay algo más… si se quiere descubrir.
https://youtu.be/_5C_rgJh9Hw
El bosque cura, protege y enseña siempre. Aunque no sea más que por propio interés, ¡hay que cuidarlo!

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa