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Por José Luis Velayos. Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa. Enviado el 1 de abril de 2022 (Imagen de portada:  anatomy online/ Shutterstock)

Vivir supone modificaciones en las células, con una continua disminución de su vitalidad. Biológicamente, hay una progresiva diminución de la vitalidad, que desemboca en la muerte (no es algo pesimista, es la realidad). Es más vital el individuo como huevo inicial (resultado de la fusión del espermio y el óvulo) que como anciano decrépito, metabólica, química, físicamente. Pero siempre, desde la concepción hasta la muerte, ese ser posee una vida, humana. Sea en el momento que sea, es la de un ser humano. No hay razones que justifiquen la eliminación de una vida humana. La eutanasia es un crimen.

Con el envejecimiento celular va el envejecimiento orgánico, que no es lineal, pues cada sistema tiene su ritmo propio, e influenciándose, interactuando entre sí los órganos y los sistemas. (El sistema óseo es el primero en envejecer).

El envejecimiento del sistema nervioso (es el sistema que envejece más tarde) se manifiesta principalmente en las alteraciones de la memoria (sobre todo por afectación del hipocampo, entre otras estructuras), de las funciones intelectivas (se afectan las cortezas asociativas), de la capacidad de previsión (dependiente sobremanera de la corteza prefrontal, muy desarrollada en la especie humana), del sueño (el anciano generalmente duerme poco). Concomitantemente, envejecen los órganos de los sentidos, por lo que a tales síntomas y signos se añade una insuficiente captación de la realidad externa e interna.

Se producen olvidos y tergiversación de los recuerdos. Hay hechos que quedan grabados profundamente en la mente, engramas que parecen permanecer en la memoria; pero también se producen modificaciones en el recuerdo, debido a que las estructuras cerebrales  están peor irrigadas que en el joven; y desaparecen conexiones, al mismo tiempo que se marcan más algunas de ellas. A la larga, en mayor o menor medida, se afecta la memoria.

Se recuerdan mejor que lo reciente los hechos del pasado, sobre todo si los tales se marcaron con un tinte emocional: la Primera Comunión, el matrimonio, el nacimiento del primer hijo, la obtención de un título especial, anécdotas especialmente emotivas, una catástrofe, etc.

Y al mismo tiempo, con la edad, hay modificaciones en la afectividad (se afecta el sistema límbico): el mayor se emociona más fácilmente, e incluso algunos lloran más que cuando eran jóvenes. Es muy positivo que la persona mayor sea consciente de estos avatares. El conocimiento es una buena defensa.

Una buena profilaxis es que el mayor no deje la actividad intelectual, y que siga estudiando, leyendo, escribiendo, rezando, interesándose por la actualidad, pensar menos en sí mismo, relacionarse con los demás, pasear, hacer ejercicio, comer lo preciso, no abusar del alcohol ni de los estimulantes. Son medidas de sentido común, que el individuo ha de practicar siempre, no solo en el momento en que siente que va envejeciendo. Es importante no abandonarse.  Y no es bueno que el mayor tenga “complejo de anciano”.

No es peyorativa la palabra “viejo”. Quizás sea mejor hablar más de “viejos” que de “ancianos”. Los vinos viejos pueden competir con los vinos jóvenes.

Actualmente, como consecuencia de las formidables medidas higiénicas y los espectaculares avances médicos, unido a un descenso de la natalidad, el número de personas mayores va creciendo considerablemente. Se calcula que pronto la media de la edad de fallecimiento será de 85 años.

Y es un hecho que el viejo puede seguir siendo útil. Bastantes personas de edad avanzada llegan al culmen de su productividad artística, cultural, y hasta deportiva en algunos casos. Hay muchos ejemplos de hombres y mujeres provectos que han sido (y son) faros luminosos para su entorno y para la sociedad. La Historia está plagada de tales ejemplos.

Y si nos arrepentimos (y confesamos) de nuestros pecados, Dios, que no es viejo, olvida y perdona. Dios nunca dirá: “perdono pero no olvido”.