La urgencia de revertir el cambio climático

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Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa. Miembro del Comité de Bioética de España. Publicado en Actuall el 11 de agosto de 2021.

No es exagerado afirmar que el cambio climático es, desde hace unas décadas, uno de los principales problemas que aquejan a la humanidad. Debido a ello, en 1988 se creó el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC), un órgano Intergubernamental de expertos que tiene por finalidad proporcionar evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, las posibles repercusiones y las estrategias de respuesta.

El último informe del IPCC, publicado el lunes 9 de agosto de 2021, con el título “Cambio Climático 2021: Bases físicas”, es el más serio y riguroso realizado hasta la fecha. En él han intervenido 234 científicos de 66 nacionalidades distintas y se ha publicado después de un exhaustivo proceso de revisión de más de 14.000 artículos científicos. En él se señala que las emisiones continuas de gases del llamado “efecto invernadero”, como el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y los productos fluorocarbonados, están cerca de saltar una línea roja, la elevación de la temperatura media global de la superficie del planeta 1,5 ºC de aquí al 2050. De hecho, la temperatura media mundial es ahora 1,1 °C más elevada que entre 1850 y 1900. La repercusión de esto se revela por medio de las temperaturas extremas y las olas de calor que se han hecho más frecuentes e intensas desde la mitad del siglo XX. Según el informe, muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios.

Las evidencias de los efectos las constatamos a través de las imágenes que vemos con frecuencia en los medios de comunicación sobre el deshielo de los polos, las sequías, la deforestación, la desertificación, el crecimiento del nivel del mar, y más recientemente la acelerada descongelación del permafrost, y las catastróficas meteorológicas. El cambio climático está intensificando el ciclo hidrológico y afectando a los patrones de precipitación. Esto conlleva una mayor intensidad de los temporales de lluvias y las inundaciones, así como unas sequías más intensas en muchas regiones. Además, según señala el informe, los cambios en los océanos, como el calentamiento y la acidificación del agua, el aumento de la frecuencia de las olas de calor marinas y la reducción de los niveles de oxígeno –claramente relacionados con la influencia humana-, afectan tanto a los ecosistemas de los océanos como a las personas que dependen de ellos, y continuarán produciéndose al menos durante el resto del siglo.

Las graves secuelas de este estado de cosas son muy preocupantes no solo para el hombre, señor y dominador de la naturaleza, sino también por lo que supone la alteración de los ecosistemas y del hábitat natural de muchas especies de plantas y animales. De forma muy estimulante y certera el Papa Francisco publicó en el de 2016 la carta encíclica, ‘Laudato si’, en la que denunciaba la situación al señalar que ‹‹la Tierra, nuestra casa, parece transformada en un inmenso depósito de inmundicias››.

La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), creada en 1992 como órgano consultivo de las Naciones Unidas, está tratando de avivar una conciencia pública sobre este problema a escala mundial. En la reunión celebrada en Bonn en junio de 2013, definió este fenómeno como el cambio originado en el clima directa o indirectamente por la acción del hombre y que se suma a la variabilidad natural del clima. En esta definición se considera que el cambio climático es antropogénico y se ha disparado de forma inconsciente e irresponsable en los últimos tiempos. A instancias de este órgano, se estableció el llamado “Protocolo de Kyoto”, un acuerdo internacional para reducir las emisiones de gases procedentes de la industria, principal causa de la elevación de la temperatura del planeta. A pesar de las oportunas llamadas de atención, los dos principales países contribuyentes al calentamiento global, Estados Unidos y China, hicieron poco caso al problema en un principio.

Urge solucionar el problema y salvar el más extraordinario lugar del universo conocido.

Hasta donde hoy sabemos el planeta en el que habitamos, cuya edad es de unos 4.400 millones de años, es único por sus extraordinarias condiciones para albergar la vida. Los primeros microfósiles conocidos datan de hace unos 3.600 millones de años y desde entonces, a partir de una larga cadena de cambios evolutivos ha generado un asombroso abanico de seres vivos que han conquistado todos los nichos ecológicos del inmenso mosaico de ambientes del planeta. El ser humano es apenas un recién llegado a este viejo mundo. Su aparición en África, hace unos pocos cientos de miles de años, seguida de su emigración a Europa y Asia y después al resto del mundo, se ha caracterizado por su éxito adaptativo y rápida expansión, lo que ha determinado su presencia en todos los rincones del planeta. Pero lo más asombroso del Homo sapiens, fruto de una extraordinaria cadena de sucesos evolutivos, son sus portentosas cualidades inéditas entre los millones de especies que pueblan la Tierra. En especial, la autoreflexión y la capacidad de comunicación por medio de un lenguaje articulado, la forma personal de vivir su vida, nos induce a pensar en que no puede ser solo el fruto del azar o la casualidad sino de un origen determinado por la voluntad divina con la obligación de «dominar los peces del mar, las aves del cielo y todo animal que serpentea sobre la Tierra». Es de hecho, la única especie que vive y sabe que vive y la única con capacidad de modificar el medio natural, aprovechar todos sus recursos y transformarlos y aprovecharlos a su antojo. De este modo, a la evolución biológica de nuestra especie se une, también de forma única, una evolución cultural, que, a la herencia biológica de generación en generación por medio de los genes, añade una transmisión de conocimientos adquiridos y experiencias que incrementan su bienestar. Somos la única especie capaz de transformar el mundo, pero paradójicamente también para estropearlo e influir negativamente en su patrimonio. La evolución cultural ha hecho posible el desarrollo científico, del que se ha derivado una industria y una tecnología masivas, especialmente desde el siglo XIX, que utilizada de forma incontrolada está influyendo negativamente en el medio natural.

Según el completo estudio del IPCC la influencia humana es muy probablemente el principal factor determinante de la disminución del hielo en los casquetes polares y del retroceso de los glaciares en las últimas décadas. Los autores del informe dicen que, desde la década de los setenta, las temperaturas de la superficie de la Tierra han aumentado más rápido que en cualquier otro período de 50 años durante los últimos 2.000.

Revertir la situación

La pregunta que urge contestar es si estamos a tiempo para poner remedio a la situación. La respuesta es que sí. Aun se puede enderezar el rumbo. Un axioma de la ciencia es que si se conocen las causas se pueden modificar los efectos. Si se sabe el porqué del cambio climático se puede actuar para revertir la situación y recuperar todo lo que está siendo perturbado. Pero para ello hay que tener conciencia de la situación y no perder el tiempo. Y precisamente el gran problema es el del convencimiento de la necesidad de actuar antes de que sea demasiado tarde.

Se sabe que, si se lograse reducir a cero las emisiones netas de CO2 a mediados de este siglo, se podría detener y posiblemente revertir la tendencia al aumento de la temperatura global del planeta. Para ello urge reducir las emisiones de gases de efecto invernadero

Sabemos que los ecosistemas naturales, tales como bosques, praderas, humedales, cuencas de ríos, estuarios y océanos, absorben y almacenan carbono. Tan solo los océanos absorben más del 25% de las emisiones anuales de dióxido de carbono, mientras que los ecosistemas terrestres pueden llegar a almacenar casi tres veces la cantidad de carbono que se encuentra en la atmósfera. De este modo, se pueden generar soluciones al cambio climático basadas en una gestión adecuada de la propia naturaleza, lo que traería consigo beneficios para la salud humana, y comida y agua potable para todos y, además de proteger a las comunidades más vulnerables, recuperar el ambiente, conservar las especies amenazadas y legar un mundo sano a las futuras generaciones.  Aun así, no hay tiempo que perder. El informe señala que, aunque las mejoras en la calidad del aire serían rápidas, podrían pasar entre 20 y 30 años hasta que las temperaturas mundiales se estabilizasen.

Pero para ello, antes de todo hay que adquirir la conciencia del problema y pensar en las consecuencias con criterios éticos. En bioética se utiliza el aserto de que no todo lo técnicamente posible es éticamente aceptable.  Es necesario volver a la cordura que parece haberse perdido en lo que supone la aplicación de los grandes avances tecnológicos. Esto es algo a lo que alude también el papa Francisco en ‘Laudato Si’ cuando señala que: «cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítimo cualquier práctica… la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder»

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.