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05/02/2018
Conclusiones del Congreso “La Vida y la Verdad del Amor Humano. A los 50 años de la Humanae Vitae”
06/02/2018

Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética. Presidente de CiViCa. Resumen de la ponencia presentada en el Congreso “Vida y la Verdad del Amor Humano. A los 50 años de la Humanae Vitae”, organizado por el Obispado de Alcalá. Alcalá de Henares 26-28 de Enero de 2018.

Los partidarios de la instrumentalización de la vida embrionaria o del  aborto suelen decir que las tesis pro-vida están inspiradas, exclusivamente, en dogmas religiosos. Incluso consideran que prohibir el aborto sería una imposición religiosa. La realidad es muy distinta y los argumentos científicos a favor de la vida embrionaria o del no nacido durante el embarazo, por supuesto en coincidencia con la idea cristiana del valor de la vida humana, son abundantes, pues aportan los datos sobre cuando comienza la vida de un ser humano y cómo transcurre su desarrollo y solo pueden llevar a la conclusión de que debe ser protegida.

Parece obvio que la Ciencia ha de estar siempre a favor de la vida, y más si se trata de vida humana. Sin embargo, hay científicos que no se pronuncian o callan, y algunos también que en función de determinadas ideologías o formas de pensar, relativizan la especial dignidad y valía del ser humano. Los primeros no merecen ningún comentario como no sea lamentar su falta de valentía para defender la verdad. En cuanto a los que minimizan la vida humana, dándole la espalda a la evidencia científica, puede que lo hagan por alguna de las siguientes posturas: por no valorar de modo especial la vida humana respecto a la de otras especies; por no valorar por igual la vida humana en todas las etapas de su ciclo vital; o por no valorar por igual la vida humana en todas las circunstancias y condiciones de salud física o mental.

Hace 50 que el papa beato Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae, en la que advirtió sobre la cantidad de efectos negativos que iba a tener para la vida humana la implantación de las tecnologías anticonceptivas y el peligro de dejar en las manos de las autoridades públicas, las exigencias morales, con efectos en temas tan sensibles como el control demográfico y la pérdida del respeto a la vida humana naciente y a la mujer.

En el análisis de la postura de los científicos respecto al valor de la vida humana naciente hay dos ideas básicas fundamentales. Una, de carácter antropológico, atañe al concepto correcto del ser humano, y la segunda, al modo adecuado de afrontar la tarea de investigar, incluido el respeto a las verdades objetivas, especialmente si lo que está en juego es el respeto a la dignidad del ser humano.

Por extraño que parezca, hay hombres de ciencia, , que tienden a valorar la vida humana según la etapa o el momento del ciclo en que se encuentre: embrión, feto, adulto, anciano. Desde su perspectiva el valor en cada etapa sería relativamente distinto. Sin embargo, los datos de la biología más actual no pueden ni ignorarse ni ocultarse. El hecho de que el ciclo biológico de la vida humana comienza con la concepción, entendida como la fecundación del óvulo por el espermatozoide, es un dato científico objetivo, no una imposición religiosa. El hecho de que tras la concepción se origina un ente biológico con una capacidad e “identidad” genética propia, que es necesaria y suficiente para iniciar su desarrollo  es un dato científico objetivo, no una imposición religiosa. El hecho de que el ADN encierra el programa de desarrollo, para la edificación biológica del nuevo ser, es un dato científico objetivo, no una imposición religiosa. El hecho de que un embrión humano de múltiples células, en fase de mórula, antes de la anidación es un organismo con una organización espacio temporal determinada, y no un conglomerado de células, es un dato científico objetivo, no una imposición religiosa… Y así podríamos continuar con más y más evidencias.

Lo cierto es que tras la fusión celular de los gametos y de sus núcleos queda constituido un ente biológico nuevo, el “cigoto”, con 23 pares de cromosomas y unos 21.000 pares de genes, suma al 50% de los procedentes de cada parental. El cigoto representa la primera realidad corporal humana. Es el “big-bang” de una nueva vida. Constituido el cigoto se pone en marcha el reloj molecular de la vida. De acuerdo con el Dr. Angelo Serra, médico y Profesor de Genética Humana en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Roma: «el cigoto es el punto exacto en el espacio y el tiempo en los cuales el individuo humano inicia su propio ciclo vital»[1].

A partir de ahí, el desarrollo de un ser humano es un proceso complejo bien conocido, con tres características: es un proceso “autoregulado”, “gradual” y “continuo”, en el que intervienen al menos tres tipos de fenómenos: “crecimiento celular”, “diferenciación celular” y “morfogénesis”. El resultado es que sin solución de continuidad se produce una transformación paulatina de lo que en principio era una célula a un organismo complejo, con más de 200 especialidades celulares, que constituyen los diferentes tipos de tejidos que se organizan para dar los distintos órganos y sistemas, con las estructuras en tres dimensiones propias de un organismo humano. Esto es posible, gracias a una información contenida en los 21000 pares de genes del ADN contenidos en el núcleo del cigoto, y que al ser ADN humano contribuye a la formación de un organismo humano.

A pesar de todos estos conocimientos y por extraño que parezca, hay quienes ignoran esta realidad y prefieren pensar que un embrión humano no es más que un amasijo de células. Realmente esto no lo sostiene un verdadero hombre de ciencia, pero extrañamente quienes desde la ciencia deberían discutir este sin sentido carente de ningún soporte experimental, muchas veces deciden callar o no se pronuncian.

En el ciclo biológico del desarrollo de un ser humano se suceden las etapas embrionaria (desde cigoto a final de la séptima semana), fetal (desde la octava semana hasta el parto) y adulto (desde el nacimiento a la muerte). De acuerdo con esto, desde la perspectiva de la Ciencia, se puede afirmar que:

  1. cada vida humana es una vida única, que transcurre sin saltos cualitativos desde la fecundación hasta la muerte, por lo que
  2. el embrión y el feto, las primeras etapas de la vida, son biológicamente equiparables al recién nacido y al adulto.
  3. Se trata del mismo ser, la misma persona, de la que lo único que los diferencia es un factor temporal, que no debe convertirse en determinante para establecer diferentes categorías en un mismo individuo.

Por ello, desde las perspectivas antropológica y filosófica, la vida humana en cualquiera de sus etapas, debería ser éticamente valorada conforme a su condición y dignidad humana, y desde la perspectiva jurídica deberían habilitarse las normas para su protección. Dignitas Personae es muy clara, ya desde el primer punto: «A cada ser humano desde la concepción hasta la muerte natural se le debe reconocer la dignidad de persona”. Este principio fundamental, que expresa un gran “sí” a la vida humana, debe ocupar un lugar central en la reflexión ética sobre la investigación biomédica».

Dicho todo lo anterior, debe quedar claro que los datos de la ciencia avalan la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Ningún científico que fuese honesto discutiría esta verdad objetiva.

También hay científicos que no valoran por igual la vida humana en todas las circunstancias. Consideran que si bien un embrión, un feto o un adulto son equivalentes en su naturaleza humana, existe una diferente valoración de su consideración como seres humanos en función de ciertos “indicadores de humanidad”, algo así como un conjunto de características funcionales que permitan llevar a cabo un conjunto de actos que merecen el calificativo de humanos. Según estas hipótesis un hombre no es persona si no posee la plenitud de sus facultades físicas y mentales. De este modo se relativista el valor de la vida humana en función de unos parámetros o unas condiciones vitales. La pregunta que inmediatamente reclama una contestación es ¿cuáles son esos indicadores de humanidad? Una figura destacada de esta corriente es el filósofo norteamericano Tristram Engelhardt (1941- ), que jerarquiza a los seres humanos en razón de la posesión o no de autoconciencia y entre otras cosas dice que: «Los seres humanos adultos competentes- no los mentalmente retrasados-, tienen una categoría moral intrínseca más elevada que los fetos o los niños pequeños…»[2].

Realmente se trata más de pensamiento filosófico que de certeza científica. María Dolores Vila Coro, prestigiosa jurista introductora de la Bioética personalista en Enpaña, sostenía que el hombre debe valorarse desde la concepción, aunque no estén presentes todavía en acto todas las facultades: «Un individuo no es persona porque se manifiesten sus capacidades, sino al contrario, éstas se manifiestan porque es persona: el obrar sigue al ser; todos los seres actúan según su naturaleza»[3].

Y el papa Benedicto XVI, en una homilía de la Navidad de 2010 recordaba una preciosa frase del apologista cristiano Tertuliano (160-220) que «es ya un hombre aquel que lo será»[4].

La consideración del valor de la vida humana en función del momento de desarrollo o de las facultades presentes ha dado lugar a la utilización de los embriones obtenidos por fecundación in vitro (FIVET), el “aborto” o la “eutanasia”. Todo un conjunto de prácticas alejadas de la realidad que representa el valor de la vida humana en todas las circunstancias.

Cuarenta años después de la aparición de la fecundación in vitro, constatamos que es una tecnología de rendimiento muy bajo para el fin que se proponía y que ha generado una cantidad de problemas médicos, éticos y jurídicos que deben obligar a una reflexión sobre lo que se está haciendo. Entre estos problemas están incluidos los riesgos de la hiperestimulación ovárica, la congelación de embriones, la reducción embrionaria, las alteraciones epigenéticas de los embriones y sus consecuencias médicas en los niños que nacen por este procedimiento, la práctica eugenésica de la selección de embriones, su inicua e inútil utilización como fuente de células madre para aplicación en medicina regenerativa, la utilización de la fecundación in vitro al servicio de la maternidad subrogada. A ello se suma la creación de los bancos de óvulos, esperma y embriones y el “social freezing”, la congelación de gametos para ser utilizados más delante de acuerdo con criterios laborales o sociales. Toda una gama de prácticas que le dan la espalda al valor y dignidad de la vida humana embrionaria.

El aborto provocado es un acto inhumano, simple y cruel que corta el curso de una vida humana. Es un drama con dos víctimas: una que muere y la otra que sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable. Quien aborta es siempre la madre y quien sufre las consecuencias también, aunque sea el resultado de una relación compartida y voluntaria.

Del mismo modo que en las fases embrionaria y fetal en algunas sociedades de occidente se han aprobado leyes que minusvaloran la vida humana de otras personas. La “eugenesia” clasifica a las personas en función de sus genes y decide quién o quienes tienen derecho a vivir o a tener descendencia. La “eutanasia”, promueve la muerte provocada de quienes han perdido la conciencia de sí mismos, se encuentran en la fase terminal de la vida, o padecen una enfermedad que se considera incurable.

En resumen, la ciencia ha de estar a favor de la vida, tanto desde la objetividad de sus datos, como desde la perspectiva del valor incomparable y la dignidad de la vida humana. La buena ciencia obedece a una deontología respetuosa con la vida y con la dignidad de todo ser humano, considerado en su doble dimensión, corporal y espiritual, independientemente del momento del desarrollo o sus facultades físicas o mentales.

[1] Serra, A. «The Dignity of the Human Embryo». Medicina e morale, 52 /2002), 63-80.

[2] Engelhart, T. Los fundamentos de la Bioética. Paidós. Barcelona 1995.

[3] Vila-Coro M.D. La vida humana en la encrucijada. Pensar la Bioética Ediciones Encuentro, Madrid. 312 págs. (2010)

[4] Benedicto XVI, Homilía de la Vigilia por la Vida Humana Naciente, El Vaticano, San Pedro, 27 de Noviembre de 2010

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.