Ha muerto Daniel Callahan (1930-2019), el Decano de la Bioética en los Estados Unidos.

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Por Nicolás Jouve, Presidente de CiViCa, Catedrático Emérito de Genética y miembro del Comité de Bioética e España.

El pasado 16 de julio ha muerto Daniel Callahan (1930-2019), considerado el Decano de la Bioética en los Estados Unidos. En 1969, fundó el Hastings Center, del que fue su director (1969 a 1983) y Presidente (1984 a 1996). El profesor Callahan estudió filosofía por la Universidad de Yale y se doctoró  en la Universidad de Harvard. Fue profesor en la Escuela de Medicina de Harvard.

Es tal vez, interesante en el momento que vivimos en España, comentar de forma crítica la visión sobre los medios aplicados en la sanidad pública, que Daniel Callahan expuso en una de sus principales obras: “Poner límites. Los fines de la medicina en una sociedad que envejece”, publicada en España por Triacastela (Madrid), a partir de la obra original “Setting Limits. Medical Goals in an Aging Society”, de University Press. 1987 y 1995 (Georgetown).

Callahan abordó el tema de los medios a aplicar en una medicina, cada vez más cara y dependiente de la tecnología, en función de la edad y el envejecimiento. Para el autor americano, el progreso de la tecnología médica puede alargar la duración y mejorar la calidad de la edad avanzada indefinidamente. Sin embargo, en los sistemas públicos de salud, debe priorizarse el reparto intergeneracional de los recursos y deben establecerse limitaciones a la atención de ancianos. Tanto la asistencia como la investigación médica han de dirigirse preferentemente a evitar muertes prematuras y, en el caso de los ancianos, a aumentar su calidad de vida, pero no a alargarla a toda costa.

En función de la prolongación de la vida, establecía Callahan como criterio una especie de medida de la “duración de vida plena”, que viene a significar la idea de una lógica de la duración de la vida en función del tiempo transcurrido para que las posibilidades vitales de la persona se hayan realizado por completo, aunque no en sentido absoluto. A partir de ese momento, cuando se ha superado el umbral de lo que se entienda por vida plena, la muerte puede ser considerada como un suceso triste, aunque relativamente aceptable. Aunque Callahan no se refería a ello, es inevitable relacionar esta forma de pensar con una justificación de la eutanasia.

Como crítica a este criterio, creo necesario señalar que el problema es cómo determinar cuando una persona, y especialmente si es de edad avanzada, ha alcanzado su realización plena. Lo que una persona desee o piense sobre la plenitud de su vida es algo que forma parte de la intimidad de cada individuo en relación con sus proyectos profesionales y sus relaciones personales, familiares y sociales. Una persona no es más o menos valiosa y, por tanto, más necesario preservarla o atenderla, con un compromiso mayor o menor, por su edad o su biografía, sino por su intrínseca dignidad. Su vida, es siempre valiosa por sí misma y además por todo aquello que desee llevar a cabo de forma personal, en relación con su entorno, sus proyectos, sus actividades, las experiencias acumuladas a lo largo de su vida, el bagaje de conocimientos que impregnan su memoria y que pueden servir a otros, etc.

¿Quién puede convertirse en juez para decidir cuando la vida de otra persona es lo suficientemente plena para luchar por su prolongación con más o menos medios? No vale aplicar el criterio de la muerte por compasión –la eutanasia-, ante el sufrimiento o el dolor causado por una enfermedad, cuando este se puede paliar con la aplicación experta de una sedación farmacológica adecuada.

A pesar de ello, Callahan propone un ajuste de los medios disponibles en la sanidad pública en función de la edad, considerando los casos de forma individual, y bajo el prisma de que en la sanidad pública lo prioritario es curar, salvar la vida, que los jóvenes y los menos jóvenes tengan la posibilidad de llegar a ser ancianos, en lugar de empeñarse en prolongar artificialmente la vida. Por supuesto, es aceptable pensar, como exponía Callahan, en una limitación de los medios terapéuticos desproporcionados, como algo que no es contrario a la ética, y que, lejos de lograr el objetivo de curar, solo busca retrasar de forma artificial el final de la vida, aunque muchas veces sea a costa de prolongar el sufrimiento.

Es cierto pensar en una racionalización del gasto para hacer de la práctica de la Medicina una actividad sostenible y asequible para todos. Lo que ya parece más discutible es la idea de Callahan de volcar más atención sanitaria en los más jóvenes, o en aquellos que aún no han alcanzado su realización plena.

Al llegar a este punto se me viene a la cabeza una pregunta ¿el aborto y la eutanasia atienden antes a la obligación de facilitar la realización plena de la vida, que a criterios de contención del gasto sanitario? Omito aquí, otro tipo de razones ideológicas o sociales que se esgrimen por los que defienden estas prácticas contra la vida humana.

Daniel Callahan, proponía una visión finita de la medicina y de la asistencia sanitaria, entendiendo por finita aquella práctica de la medicina que no tenga por objetivo vencer el envejecimiento, la muerte y la enfermedad, sino la que intente afrontar estos males de forma distinta, ayudando a todos a evitar, no la muerte en sí misma, sino la muerte prematura, y a que vivamos nuestras vidas con una salud decente, pero no necesariamente perfecta. Algo así, como que para hacer sostenible una medicina cada vez más cara, demos preferencia a vivir una vida lo más sana posible, aunque sea a costa de vivir menos, limitando los recursos disponibles.

 

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.