Miserias humanas y eutanasia
21/12/2020
La isla del final o del futuro
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Por José Mª Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático, socio de CiViCa.

Este 17 de diciembre en el Congreso de los Diputados se ha votado a favor de la ley de eutanasia. La misma no habría de llamarse ley, sino violencia, pues a diferencia de las verdaderas leyes no sirve al bien común. Yendo contra la persona, va contra el pueblo, pues el pueblo está formado de personas. Siempre la eutanasia, por ser la supresión de una vida humana, es inmoral e ilícita. El cliente de la eutanasia es el pobre, pobre en el sentido de que es alguien que tiene alguna vulnerabilidad, pues el que está bien no pide la eutanasia. La eutanasia va pues contra los pobres. Pasa esto con un gobierno nacional socialista, el cual no es, pues, un socialismo de rostro humano, sino un socialismo de rostro inhumano. Ocurre esto con un gobierno que se dice progresista y modernizador. Pero, eliminar la vida de los pobres no es progresismo, sino retroceso. O, dicho en el lenguaje de Julián Marías y de José Ortega y Gasset, es una vuelta a la prehistoria. Acaece esto en un gobierno que se dice democrático, pero suprimir la vida de un inocente no es un acto democrático, sino totalitario, propio de un Estado tirano y no de uno democrático. Aceptar la supresión de la vida del anciano enfermo convierte a la “democracia” en una palabra vacía. El resultado de dicha votación fue celebrada como el logro de un derecho humano, pero la base de todos los derechos humanos es el derecho a la vida, de modo que, suprimido éste, quedan suprimidos aquellos. Además, un derecho es un bien. Pero, para una persona humana no hay mayor mal que la supresión de su vida. Optar, pues, por la supresión de la vida, es optar por un gran antihumanismo. No hay derecho a la muerte, sino derecho a la vida. Escondiendo la vergonzosa indignidad de la eutanasia se la ha disfrazado de muerte digna, prefiriendo ésta a los dignos cuidados paliativos, que ayudan a los enfermos, sin quitarles la vida. Esto sucede en unos momentos en los que el gobierno español está potenciando mucho la mentalidad abortiva, al mismo tiempo que se ha ocupado tan mal de la pandemia que ésta ha resultado muy letal, y que, una siembra de inmoralidad ha aumentado violencias y suicidios. Es añadir muerte a muerte. Es pues contradictorio que un gobierno así se llame democrático, socialista, progresista y modernizador. Es negarse a sí mismos.

Suceden estas cosas en el año del 25 aniversario de que uno de los más grandes Papas de la historia, Juan Pablo II, el Magno, escribiera “Evangelium vitae”, encíclica dedicada a la defensa de la vida humana desde el instante de la concepción hasta el último momento de la vida. Documento en el que ya se alertaba de una creciente cultura de la muerte, que suprime tantas vidas humanas, frente a una cultura de la vida. El Papa Francisco en relación a esto ha hablado reiteradamente de la cultura del descarte, en la que se decide que vidas quedan descartadas, que vidas se han de suprimir.

Quién tensa demasiado una cuerda, termina rompiéndola. Análogamente, pretender imponer ideologías tan radicales contra lo que es la naturaleza y la vida del hombre, termina por superar el límite de elasticidad de la naturaleza humana, haciendo que ésta se vuelva contra dichas ideologías y las lleve al más estrepitoso fracaso. Imponer, pues, tales ideologías, es el principio del fin de las mismas.