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Por José María Montiu de Nuix, sacerdote, socio de CiViCa, doctor en filosofía, matemático

En el plano puramente científico, biológico, y no de fantasías ideológicas acientíficas, es clarísimo que hombre y mujer son seres de distinto sexo, muy diferenciados en su condición sexuada, ya que difieren en su composición cromosómica. Pero, ¿poseen las mismas cualidades?

La antedicha diversidad biológica conlleva diversidad de cualidades. Además, basta quitarse las vendas ideológicas, contrarias a toda ciencia, y observar serenamente las cosas, para poder darse cuenta de que la mujer, en algunas cualidades, está mejor dotada. A su vez, el varón, está mejor dotado en otras. Así, cada uno, en algunas cualidades, supera al otro. Sus cualidades son complementarias.

De que una mujer crea ser idéntica en cuanto a todo a un varón, tener las mismas cualidades que éste, se siguen dos consecuencias. Primera, que, según ella, en ninguna cualidad, que sea propia de la mujer, supera al varón, pues la identidad suprime la diferencia. Segunda, que está afirmando tener, en un determinado grado, otras cualidades, que en realidad no tiene, pues así son exclusivas del varón. Esto es análogo a querer volar sin alas, por imaginarse tenerlas. Así pues, esta mujer, por su ideología, ha renunciado a sus cualidades superiores propias; y, en virtud de la misma realidad de las cosas, se ha quedado sin las cualidades superiores ajenas. En fin, se ha quedado sin ninguna cualidad superior.

La situación resultante, pues, es análoga a la de una mujer que se dejara robar sus riquezas reales, y que, al mismo tiempo, creyera tener otros dineros que en realidad sólo son dineros imaginarios. En suma, el resultado es sólo un miserable empobrecimiento.

De aquí, pues, evidentemente se sigue que, si una mujer se cree idéntica en cualidades al hombre, lo que realmente está creyendo es que es inferior al hombre. Pero,es inadmisible que sea inferior. Luego, es inadmisible la identidad de cualidades. Así pues, la mujer que defiende la identidad de cualidades con el varón, defiende un rebajamiento de las mujeres, un machismo extremo. La postura de esta mujer, pues, consiste en creer que el ideal de la mujer no es otro que ser un macho, ya que lo único que quiere es ser idéntica a éste. Pero esta postura suya no puede precisamente ser considerada una defensa de la mujer.

Lo que realmente sucede es que en el planteamiento de esta supuesta problemática entre hombre y mujer subyace un planteamiento equivocado. Esto es, lo importante no es que haya identidad de cualidades, sino que ambos tengan la misma dignidad personal. No porque dos personas sean diferentes, una es más que otra. La diferencia puede ser buena, conllevar mayor belleza y perfección. Así, un jardín para que sea bello ha de tener variedad de flores. Esto es, diversidad, diferencia.

Ahora bien, basta levantar el dedo hacia el cielo para mostrar que hay Dios. La razón es clara. Nos haría reír que alguien afirmara que un reloj de muñeca se ha hecho solo. Hasta los niños saben que lo ha tenido que hacer un relojero. Con mucha mayor razón hay que admitir que la maravilla del firmamento tiene un autor, un artífice, un arquitecto, un artista, un relojero, alguien que lo ha hecho. Es patente que todo este orden no se ha podido hacer solo. Más aún, toda la belleza de todo el universo, con todos sus seres y todas sus potencialidades y todas sus obras de arte, reclaman la existencia de un ser que de razón de este orden. Todo ello reclama la existencia de un ordenador. Esto es, eso está gritando que ha de haber Dios. Además, este artífice divino ha diseñado todo con bondad y sabiduría divina. La diversidad resulta parte muy importante de su diseño sapientísimo.

Pues bien, la doctrina cristiana afirma que hombre y mujer tienen la misma dignidad personal. También que varón y varona poseen cualidades distintas y complementarias. Así mismo que esta diversidad responde a un maravilloso designio del artífice divino. Cosa ésta que no denigra la condición de la mujer, sino que la embellece. Supuesto este plan divino maravilloso, no tiene sentido no conformarse con la propia condición sexuada, ni pretender esas tensiones entre hombre y mujer, o cuestión sobre la identidad de cualidades. No tiene sentido revolucionarse contra el plan divino. Más que trasladar la lucha de clases a una imaginaria problematización de las relaciones hombre-mujer, importa el verdadero amor cristiano, la construcción de la paz. Mejor que esas tensiones entre hombre y mujer es que reciten conjuntamente y harmónicamente la poesía que Dios les ha dado para que sean felices.