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Por José Luis Velayos, Catedrático Honorario de Anatomía y Neuroanatomía de la Universidad de Navarra. Catedrático Honorario de Neuroanatomía de la USP CEU. Fue Catedrático de Anatomía en la Universidad Autónoma de Madrid. Recibido el 24 de febrero de 2019.

Dedicado a Tomás Chivato

¿Es lo mismo alma que cerebro? ¿Es el alma una emergencia del cerebro? ¿Existe realmente el alma o es una entelequia? Si existe, ¿es mortal o inmortal? ¿Desaparece con la falta de funcionamiento del cerebro? ¿Qué ocurre en el sueño, en la anestesia profunda, en el coma, en las enfermedades mentales? ¿Tienen alma los animales y las plantas? ¿Tendrá alma un ordenador del futuro, de la máxima potencia?

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, es libre e inmortal como El, inmortalidad que comienza con la fecundación, en la que se instaura una vida individual. Y es en ese instante cuando Dios insufla el aliento vital, tal como se describe en las Escrituras con la creación del primer hombre; realidad atemporal, como todo lo que hace referencia al Ser Supremo. Por eso, lo que se describe en el Génesis es algo a-histórico, actual, permanente, sin tiempo. El hombre está hecho de barro y aliento.

Puede definirse el alma como el aliento vital, el “soplo” que anima al cuerpo.

Para Aristóteles y para los tomistas y neotomistas, el hombre es una unidad hilemórfica de materia y forma. En cambio, Descartes separa radicalmente la res cogitans de la res extensa. Las definiciones del ser humano van desde las pesimistas, considerándole como un mero animal o una mera máquina, o bien una pasión inútil, como decía Sartre, o bien, un ser sin libertad, corrompido en su naturaleza. Hasta definiciones optimistas: para Zubiri, el hombre es el animal  de realidades, es decir, que se da cuenta de la realidad tal como es. Pico della Mirandola, uno de los primeros humanistas renacentistas, definía al hombre como el animal feliz.

La visión aristotélico-tomista parece la más acorde con lo que las ciencias observan: el ser humano es un todo único; es un cuerpo espiritualizado o un alma encarnada; pero ese hombre (varón, mujer) es siempre el mismo, aunque no sea lo mismo en el curso de su vida, ya que los materiales fisicoquímicos que componen su cuerpo se van renovando.

Las Neurociencias demuestran que el cerebro del hombre es distinto que el de los demás animales. Es lógico que sea así, pues es necesario que el cerebro tenga características biológicas humanas. Pero las Neurociencias no pueden demostrar la existencia del alma, pues los datos que aportan estas ciencias, aunque valiosos, aproximan a la comprensión del asunto, pero no dan una solución definitiva. Por eso, hay que plantear  una argumentación filosófica, para intentar desentrañar el problema.

Es obvio que la estructura del cerebro humano constituye la condición necesaria para pensar y decidir; pero también es obvio que el cerebro no es el que piensa, sino que es el instrumento del que nos servimos para pensar. Es la persona la que piensa, no el cerebro.

Una de las diferencias entre el cerebro humano y el animal estriba en el gran desarrollo de la zona más anterior de los lóbulos frontales, la corteza prefrontal, grandemente implicada en los procesos de razonamiento y memoria. Zona que, como dice Fuster en su libro “Cerebro y libertad”, constituye el sustrato físico de la libertad. Esta corteza tiene mucho que ver con la toma de decisiones, con la planificación de la conducta. Esto no quiere decir que el alma tenga su exclusivo asiento en la corteza prefrontal. Funcione o no correctamente esta corteza, el alma sigue siendo el “soplo vital” del organismo y por tanto del cerebro.

Los animales se comunican, pero una diferencia, esencial, entre el hombre y el animal es el lenguaje, y especialmente el lenguaje simbólico. Para el lenguaje se constituyen áreas especializadas del cerebro: las áreas de Broca y de Wernicke, aunque también intervienen otras áreas, ampliamente distribuidas en el cerebro. El buen funcionamiento de la corteza prefrontal es esencial para el lenguaje humano.

El volumen del cerebro del hombre moderno viene a ser igual que el del Neanderthal, de hace unos 400.00 años; y el tamaño del orificio para el nervio hipogloso, en la base del cráneo, nervio que impulsa la musculatura de la lengua, era igual que el del hombre actual, por lo que se puede deducir que el hombre prehistórico estaba capacitado para hablar; era plenamente de la especie humana. Además, el hueso hioides (situado en el cuello), que da inserción a numerosos músculos de la lengua, era prácticamente igual que en el hombre moderno.

Una zona muy importante para la vida es el tallo cerebral, donde se sitúan los centros cardiocirculatorios y respiratorios. Es la zona donde el torero clava la puntilla al toro, provocando rápidamente la muerte. Si el tallo cerebral funciona (es el caso, entre otros, del coma, del estado vegetativo persistente, de la anencefalia, de la intoxicación barbitúrica, etc.) ahí está presente una vida humana y por lo tanto, de la máxima calidad, totalmente respetable.