Ante las vacunas contra la Covid-19

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Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética. Presidente de CiViCa. Publicado en Actuall el 8 de septiembre de 2020.

Es posible que para cuando lleguen las vacunas una gran parte de la población esté inmunizada y ni siquiera sean tan necesarias, al menos de forma obligada. Si hay distintas cepas con respuestas inmunitarias diferentes, las vacunas que ahora se están probando podrían no ser todo lo efectivas que todos deseamos.

En el anterior artículo hacíamos énfasis en las tres urgencias necesarias para combatir la expansión de la enfermedad ocasionada por el virus SARS-CoV-2, que desde su aparición en febrero de 2020 sigue dando tantos problemas de forma particularmente nociva en España. Estas eran un buen “asesoramiento” por expertos científicos y médicos, una buena “información” a los ciudadanos, sin ocultar los datos reales de afectados y fallecidos, y mucha “responsabilidad” personal.

De forma especialmente extraordinaria, el virus parece manifestarse con mayor incidencia en nuestro país que en el resto de Europa y a los contagios de marzo-abril se añaden nuevos casos que a lo largo de agosto y lo que va de septiembre, nos lleva al medio millón de casos. Aunque probablemente serán muchos más los infectados que los detectados, simplemente por no figurar oficialmente como tales ya que son muchos los españoles que no han tenido la oportunidad de que las Consejerías de Salud del disperso sistema sanitario español, les hayan aplicado los test de PCR o las pruebas serológicas o de anticuerpos, que es el modo de verificar el contagio. Hay muchos españoles que hemos pasado la COVID-19 y no figuramos en las cuentas oficiales, así como son muchos los fallecidos que no figuran en esa lista restringida que el Ministerio de Sanidad insiste en mantener.

La aplicación de más y más test en las últimas semanas conducen a la sensación de una nueva expansión del virus, pero la realidad es mucho más simple. El virus sigue aquí, seguimos en la primera oleada y simplemente es que ahora se está desvelando su dimensión en una parte de la población a la que no se habían aplicado las pruebas de detección. Es ahora, cuando las personas con COVID-19 y sus contactos están siendo evaluadas y rastreadas y es ahora cuando constatamos que la expansión era mayor de la que creíamos y que hay una gran mayoría de personas con resultados asintomáticos.

Al constatar la nueva realidad -de la nueva normalidad-, se desvelan los fallos de las dos primeras urgencias de que partimos y, como consecuencia, de la tercera. Sin un asesoramiento científico-médico adecuado los responsables políticos no han contado, tal vez porque no han querido, con un consejo adecuado sobre cómo, cuándo y a quien diagnosticar la enfermedad y determinar con exactitud la verdadera dimensión de la pandemia en España. En consecuencia, desde el principio no acertaron sobre cómo actuar con la celeridad necesaria ni informaron para evitar la expansión del virus. Pero, además, no solo les ha faltado el conocimiento real del problema, sino la voluntad de dar una información veraz, contraria a los intereses políticos, lo que no ha contribuido a alimentar con argumentos convincentes la responsabilidad personal y social necesarias.

De forma asincrónica se nos dijo en julio, al levantar el estado de alarma, que el problema estaba solucionado y que era el momento de salir de casa y disfrutar del tiempo libre, cosa a la que a los españoles no nos tienen que animar mucho, pues el ocio y las ganas de pasarlo bien forman parte de nuestra cultura y naturaleza. Y ahora, que como consecuencia de no apagar bien el fuego, los rescoldos de aquella primera oleada se han reavivado en múltiples rebrotes, se nos afea la conducta irresponsable por el modo en que hemos vivido las últimas semanas. La irresponsabilidad no es de los ciudadanos sino de unos políticos que solo miran por sus propios intereses, incluso a costa de la seguridad y la salud de las personas.

Y sin que se haya solucionado la primera oleada, se está creando la falsa sensación de que ya ha llegado la segunda y aumentan las críticas a la irresponsabilidad del modo de vivir nuestra libertad y se imponen medidas restrictivas como último recurso. Se siguen haciendo las cosas mal y tarde.

Lo que está pasando ahora se parece mucho a lo que pasó en marzo, cuando se impuso el confinamiento general como último recurso para frenar el problema, tras negar la dimensión de la pandemia que se nos venía encima. Y así se aplicó el estado de alarma más estricto y duradero de los países de nuestro entorno cuando ya se contaban por centenares las víctimas del SARS-CoV-2. Con un mejor asesoramiento y habiendo adoptado las medidas de prevención y acopio de medios necesarios (test, equipamiento material y personal sanitario, unidades de UCI, etc.) no se habría llegado a lo que se llegó en marzo y abril ni estaríamos como estamos ahora.

Las vacunas

El siguiente capítulo son las vacunas, ante cuya realidad vuelven a estar presentes los mismos tres urgencias: buen asesoramiento, información veraz y mucha responsabilidad. De cara a la aplicación de las vacunas vuelven a ser exigibles las dos primeras a nuestros gobernantes y la responsabilidad a todos.

Lo primero a señalar es que se está fomentando, quizás excesivamente una esperanza absoluta en las vacunas. Muchos gobiernos, entre ellos España, ya han comprometido la compra por adelantado de lotes de vacunas contra la COVID-19, dando por hecho que esa es la única solución a la pandemia.

Sin embargo, es posible que para cuando lleguen las vacunas, no tan pronto como se quisiera por la complejidad que requiere su puesta a disposición masiva con la eficacia y seguridad que los ensayos clínicos requieren, una gran parte de la población esté inmunizada y ni siquiera sean tan necesarias, al menos de forma obligada.

Es posible que a estas alturas no estemos lejos de la “inmunidad de rebaño” (40-60%), bien porque muchas personas fueron infectadas y desarrollaron anticuerpos, aunque no mostrasen síntomas, o porque, como demuestran unos investigadores suecos en un artículo publicado en la revista Cell, han desarrollado un segundo tipo de respuesta inmunitaria de carácter celular, los linfocitos T.

El sistema inmunitario es muy complejo y es capaz de movilizar varios tipos de defensa. La inmunidad celular es incluso más duradera que la respuesta humoral de los anticuerpos IgH, IgG, etc., -las gammaglobulinas generadas por los linfocitos B-, que son las que detectan los test que se están utilizando. La respuesta inmunitaria que generan las células T es más destructiva e intensa frente a la infección, pero pasa desapercibida en los test al uso. Se revela en pacientes que o no tienen los anticuerpos o no se dan síntomas o estos son leves, y sin embargo se trata de una inmunidad protectora y duradera. Esto explicaría los cambios de resultados en los test en algunas personas.

Por otra parte, el hecho de que se hayan detectado varios casos de personas reinfectadas, como el del ciudadano de Hong-Kong que había pasado la COVID-19 en marzo en su país y volvió a mostrar la enfermedad 3 meses después tras un viaje de vuelta de España, puede no deberse a un error de las pruebas de PCR, como a que el virus SARS-CoV-2 tiene una cierta capacidad de mutación. De hecho, por las múltiples secuenciaciones del genoma, se sabe que los virus de ARN mutan con facilidad, aunque para suerte el SARS-CoV-2 posee un sistema de reparación de los errores de replicación de su genoma que lo hace menos cambiante que otros virus de este tipo. A pesar de ello, la secuenciación del genoma de muchas cepas del virus revela la existencia de diversas variantesProbablemente la inmunidad adquirida o los anticuerpos generados no sean lo suficientemente efectivos frente a cepas distintas, lo que puede explicar los raros casos de reinfecciones. De ser esto así, si hay distintas cepas con respuestas inmunitarias diferentes, las vacunas que ahora se están probando frente a unas variantes del virus podrían no ser todo lo efectivas que serían de desear frente a otras cepas. Esta realidad la deben tener en cuenta los fabricantes de las vacunas.

Por tanto, respecto a la campaña de vacunación cuando llegue hay varias cuestiones a tener en cuenta. En primer lugar, el SARS-CoV-2 sigue entre nosotros, probablemente varias cepas, por lo que para quienes dieron positivo en los test de anticuerpos es necesario que sean conscientes de que no tienen garantías de una inmunidad protectora y permanente. La reinfección es rara, pero no imposible, por lo que sería conveniente que todos mantengamos las medidas de seguridad: mascarillas, distancia social, etc. incluso quienes pasaron la COVID-19 o dieron positivo siendo asintomáticos.

Las vacunas siguen siendo una esperanza. Pero para cuando se llegue a la “inmunidad de rebaño” dejará de ser necesario vacunar a toda la población. De hecho, la legislación española no obliga a la vacunación salvo en casos de una pandemia generalizada. Pero también es verdad que las vacunas contribuyen a reforzar el sistema inmunológico, por lo que siguen siendo convenientes.

Por otro lado, el SARS-CoV-2 se irá debilitando a medida que crezca la inmunidad natural frente a las cepas que causen infecciones más graves. Estas se irán sustituyendo paulatinamente por otras menos dañinas, hasta rebajar la agresividad de la COVID-19 y convertir esta pesadilla en algo más parecido a los cuadros clínicos de otras infecciones catarrales debidas a otros tipos de coronavirus, o la misma gripe.

Dicho todo lo anterior, me ratifico en comentarios de artículos previos. Vacunas sí, pero sin obligar a nadie. Frente a los que se oponen a las vacunas por sistema, y tienen buenas razones para hacerlo, les aconsejaría que no dediquen tanto su esfuerzo en contra de quienes no les siguen la corriente, sino a informar sobre la forma en que se obtienen, los excipientes, coadyuvantes y células utilizadas en su cultivo y los efectos nocivos demostrados contra la salud de algunas de ellas. Es la manera de crear una conciencia a favor o en contra de las vacunas y la mejor forma de contribuir a la información obligada y necesaria que debe proporcionarse a la población ante una posible vacunación frente a la COVID-19.

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.